¿Por qué no reclamar el fin de este gobierno?
Se ha instalado un interesante debate sobre la legitimidad
del reclamo de revocatoria del mandato del presidente, que está implícito en
las masivas manifestaciones recientes. Algunos de los interrogantes planteados abordan cuestiones que, más tarde o más
temprano, estarán a la hora del día en función de la previsible dinámica de
confrontación del pueblo trabajador con el macrismo: ¿Existe una posibilidad de
terminar con el modelo económico sin plantear el fin del gobierno? ¿Cuestiona al sistema democrático el derecho a
revocar el mandato de un representante electo? ¿El presidente es un monarca
absoluto a plazo fijo? ¿El pueblo agredido por la política actual debe
resignarse a esperar el cuarto año del recambio presidencial?
Por Bernardo Veksler
A partir del
discurso de Pablo Micheli en Plaza de Mayo, en la concentración de la CTA del
30 de marzo pasado, donde reclamó al
Gobierno: "parar con los despidos, las importaciones y que haya paritarias
libres" y advirtió que "la lucha va a continuar en la calle hasta que
caiga este modelo neoliberal", un coro de comunicadores se alzó
contra la supuesta amenaza a las instituciones que implicaba ese
pronunciamiento.
Algunos recordaron
la zozobra vivida con el ocaso del gobierno de De la Rúa y las vidas que se
llevó la crisis, como si la responsabilidad de esa situación fuera de los que
salieron a las calles hartos de ser acosados por la perversa política oficial y
no de los que atacaron las condiciones de vida del pueblo trabajador y
reprimieron a mansalva a los que se manifestaron en defensa de su derecho a la supervivencia.
Más allá de la
legitimidad que tiene todo reclamo de los sectores populares, cuando se ve
atacado su nivel de vida, los interesados cuestionamientos mediáticos plantean
el supuesto embate a las instituciones que significa levantar la bandera de “abajo
el modelo neoliberal” o el más sincero de “qué se vaya el gobierno”.
Otros sectores
políticos, incluso sindicales, temerosos de expresar esas posturas “extremas”,
toman distancia manifestando que no quieren que quede trunco el mandato
presidencial, que desean que “al gobierno le vaya bien” o que si la mayoría del
pueblo expresó su voluntad hay que esperar cuatro años para cambiar o
expresarlo en el turno electoral de renovación legislativa de este año.
Estas opiniones son
propias de los que tienen resueltas sus necesidades elementales y puede
esperar; seguramente, no coinciden con esas posturas los miles de cesanteados
que deambulan por las calles infructuosamente en busca de un empleo; los
jubilados que perdieron sus medicamentos gratuitos y cuyo poder adquisitivo se
deterioró en más del 15%; los docentes que salen a reclamar por paritarias
libres y reciben como respuesta la difamación, las amenazas y la organización
de rompehuelgas; los que sufrieron la represión por protestar o simplemente por
vivir en una barriada obrera; las mujeres que ven como se acrecienta la
violencia machista sin que el oficialismo responda activamente para combatir
esa rémora medieval; los defensores de los derechos humanos que ven como se
intenta liquidar toda posibilidad de hacer efectiva la búsqueda de Memoria,
Verdad y Justicia; los demócratas
honestos que ven como los debates se sustituyen arteramente con maniobra publicitarias
o con campañas operadas por multitudes de trolls contratados por la Jefatura de
Gabinete, o como se presiona a gobernadores, legisladores, jueces y fiscales
para que se subordinen a los dictados del Poder Ejecutivo.
Cómo crudo testimonio de las consecuencias dramáticas
derivadas de la política implementada por Macri están los trabajadores de Cresta Roja, cuyos lamentos no logran
ser escuchados: "hace
un año y medio que estamos afuera, sin ningún tipo de respuesta. Somos 900 en
total". "Macri había dicho que si era presidente iban a entrar a
trabajar todos. Cuando vino Macri, acá se prendieron las cámaras adentro de la
planta, pero afuera no, porque había carteles de reclamo". "Hay
45 personas en urgencia total, porque tienen criaturas que están enfermas"
y están juntando donaciones para poder comer.
De las 2.500 personas
que empleaba la empresa, en la actualidad no
llegan a ser 1.200 los que trabajan. Y los cesanteados languidecen
mientras "el sindicato no nos atiende, los nuevos dueños tampoco nos
recibieron. No tenemos obra social, no tenemos fondo de desempleo, no tenemos
qué llevar a nuestras familias".
Ellos, como
centenares de miles de trabajadores, no pueden esperar.
EL PODER DE
REVOCATORIA ES UN DERECHO ELEMENTAL PARA
HACER MÁS DEMOCRATICO EL SISTEMA POLÍTICO
Esta cuestión comienza
a ser planteada por la ciencia política moderna, como una reacción frente a la
arbitrariedad y degeneración en que se desenvuelven las instituciones
políticas, legislativas y judiciales; y a la marginación en las decisiones
trascendentes que sufren los sectores populares. Algunos teóricos de esta
disciplina, muy alejados de posturas de la izquierda marxista, comienzan a
plantear el debate sobre las limitaciones del sistema político y la necesidad
de que, no sólo se incorpore a la vida política el poder de revocatoria y el
plebiscito para decidir sobre las cuestiones que afectan a los intereses de las
mayorías, sino que se comiencen a generar espacios de democracia directa para
contrarrestar la corrupción, la inseguridad y defender el nivel de vida del
pueblo. En ese sentido, ya existen constituciones provinciales, como la de
Tierra del Fuego, que han incluido formalmente esas propuestas.
Estas posturas se
han desarrollado sobre todo entre politólogos estadounidenses, que sostienen
que es necesario plantear una nueva
teoría de la democracia en la cual se rescate el rol transformador de los
valores y se neutralice el protagonismo de las elites auto elegidas en la
cúpula del sistema político. Enfatizan la participación popular como valor
central y elemento fundamental para contrarrestar la tendencia oligárquica en
el sistema político.
Reconociendo su fuente
en la teoría clásica, autores como Barchrach, Macpherson, Paterman, afirman que
“la poca participación y la desigualdad social están tan íntimamente unidas que
para que haya una sociedad más equitativa y más humana hace falta un sistema
político más participativo”.
Esta corriente de
pensamiento considera que “la democracia es vista como un método mediante el
cual las elites compiten libremente por el voto de los ciudadanos, es una
visión que desvirtúa lo que la democracia es, y fue pensada esencialmente para
legitimar la toma de decisiones concentrada en los grandes grupos de poder en
las sociedades desarrolladas actuales, a la vez que para impedir que la
participación de todos los ciudadanos invada espacios de poder por estas elites
usurpados”. Afirman que “la concepción de la democracia elitista sirve para la formidable
defensa de la división entre elites y masas en la estructura de los sistemas
democráticos actuales”
(Bacharach, P.
Crítica de la teoría elitista de la democracia).
Estos politólogos
sostienen que “la democracia no es solamente un método, posee fundamentalmente
una dimensión ética, la democracia implica una concepción amplia de lo
político, es decir no restringido exclusivamente a las instituciones
representativas -gubernativas, sino a
todos aquellos espacios en los que se toman decisiones que afectan
significativamente los valores sociales”.
Y concluyen que la
democracia representativa debe combinarse con democracia directa allí donde sea
posible. A juicio de C.B. Macpherson (La
democracia liberal y su época), la democracia participativa puede ser
calificada como un “sistema piramidal, con la democracia directa en la base y
la democracia delegada en todos los niveles por encima de ella. Así se
empezaría con una democracia directa al nivel del barrio o de la fábrica, con
debates totalmente directos, decisión por consenso o mayoría y elección de
delegados que conformarían un consejo al nivel más amplio inmediatos (...) Los
delegados tendrían que contar con suficientes instrucciones de sus electores y
ser responsables ante ellos... Y así sucesivamente”.
Estas opiniones han
trascendido fronteras y se replican en estas geografías: “no hay estado de
derecho sin un sistema codificado de reglas que controle y que regule la
arbitrariedad del poder; más aún, es un carácter que dicta al sistema de la
flexibilidad necesaria para adaptarse a nuevas situaciones y poder así perdurar”
(Nun, J. La teoría política y la transición a la democracia. Ensayos sobre la
transición democrática en la Argentina).
POR QUÉ NO RECLAMAR
LA REVOCATORIA DEL MANDATO POPULAR
Cuando un gobierno
se convierte en una fuerza de ocupación dispuesta a depredar a mansalva el
patrimonio de la sociedad y condicionar el futuro de millones de personas; cuando un gobernante le declara la
guerra al pueblo trabajador, como lo ha hecho Mauricio Macri desde el primer
segundo que asumió el poder, es totalmente legítimo que los afectados
consideren que ha caducado el mandato otorgado.
Cuando durante la
campaña electoral el candidato de Cambiemos mintió descaradamente, sosteniendo
que no iba a devaluar, que no iba a aumentar las tarifas, que iba a terminar
con la pobreza y la corrupción, que iba a fortalecer la industria y las
economías regionales, que iba a crear empleo, que iba a combatir la inflación y
hasta que iba a mantener el “Fútbol para
todos”; y una vez llegado al gobierno hizo todo lo contrario –además de seguir
mintiendo como con la “Reparación Histórica” a los jubilados o los reiterados
anuncios, nunca confirmados, de reactivación y creación de empleo- tiene sentido
el retiro del crédito concedido.
Cuando los resultados
de su gestión derivan en una hecatombe económica y social, manifestada en el
aumento de la pobreza y la indigencia, la destrucción masiva de empleo, la
crisis de las economías regionales y de la pequeña y mediana empresa; cuando el
consumo y el poder adquisitivo bajan estrepitosamente, es justo que los
afectados salgan a las calles a exigir que terminen de meterles las manos en
los bolsillos.
Cuando es público y
notorio como se ha endeudado el país a niveles escandalosos; como se ha
beneficiado a los sectores más concentrados de la economía y como han crecido
los negocios y las ganancias de las empresas vinculadas a los hombres que ocupan
puestos en el gobierno; como se llevan adelante con todo desparpajo medidas de
gobierno que benefician generosamente a las empresas del presidente; no sólo es
justo y legítimo, sino también necesario exigir el fin de un gobierno que ha
llevado la corrupción y la transferencia de recursos de los asalariados a las
corporaciones a los niveles más insólitos que se tenga memoria en la historia
argentina.
Además de ser
considerado como una elemental medida de autodefensa del pueblo trabajador, este
reclamo no puede ser calificado como un ataque a las instituciones porque los
que la han degradado han sido los que ostentan el poder y para recuperar la
virtud republicana es imprescindible que esta experiencia termine cuanto antes,
para preservar la democracia, la sociedad y la subsistencia de las mayorías
populares.
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