21 noviembre 2018

Seriot, embrión de la resistencia selk ́nam

Protagonizó uno de los infructuosos intentos de los nativos fueguinos por enfrentar la invasión de estancieros y mineros Por Bernardo Veksler (Publicado en Revista La Roca N°5) Durante la última década del siglo XIX, se concretó la instalación de enormes estancias en el territorio ancestral de los selk ́nam y los haush. Las praderas fueguinas, que durante milenios dieron sustento al exitoso modelo de supervivencia de los nativos, comenzaron a ser ocupadas por multitudes de ovejas que compartieron pastizales con los guanacos, que eran la principal fuente nutritiva de los nómades pedestres. Junto a la introducción de los rebaños ovinos se implantó otro elemento exótico: el alambrado, que delimitó las también inéditas propiedades privadas. Los guanacos no sólo eran el alimento de los nativos, también los abastecían de materias primas para sus vestidos, calzados y viviendas. Así pudieron alcanzar una población de entre dos mil y tres mil individuos, que vivía en armonía con la naturaleza y disponiendo de una gran oferta de recursos, que no exigía grandes esfuerzos ni el desarrollo de técnicas avanzadas para lograr su sustento. A pesar de no haber desarrollado industrias, los fueguinos poseían una riqueza cultural asombrosa. “Teníantodas las oportunidades, no eran de subsistencia, no necesitaban tanto tiempo que invertir en la subsistencia y tenían tiempo para las cosas que hacen bella la vida. Riqueza cultural, era más que requisito de vivir, era mucho más: tiempo libre”(1). Su rito de iniciación, de paso a la adultez, el Hain, era una ceremonia que constituía una representación teatral de personajes místicos, con pinturas corporales y máscaras con motivos abstractos. Además, era un encuentro social que podía prolongarse durante varios meses, como reflejo de la abundancia de alimentos que disponían. Estas etnias que durante, al menos, diez mil años siguieron la ruta de los camélidos para proveerse; se encontraron, sorpresivamente, que su territorio libre se había dotado de propietarios; que en sus praderas y bosques ahora se habían erigido alambrados y que su traspaso implicaba la pena de muerte sumaria dictada por los forasteros; que si los “guanacos blancos”, que ahora pastaban en su terruño, eran cazados para alimentarse podían ser ellos los cazados por los “grupos de tareas” de los estancieros; que sus mujeres eran arrebatadas a sangre y fuego por mineros, personal de las estancias y hasta por uniformados; que la organización territorial que tenían se había desbaratado y debían migrar hacia zonas ocupadas por otras familias, provocando combates entre hermanos; que su otrora holgada subsistencia se hizo insostenible y debían mendigar para lograr raciones alimentarias; que para conseguir refugio debían someterse a los rituales de una religión extraña y cambiar sus hábitos culturales; en definitiva, para sobrevivir la única opción que les ofrecía la “civilización” era la de proletarizarse como peones y sirvientes de los invasores. Este proceso, ejecutado durante décadas y siglos, fue similar en toda América. En Tierra del Fuego, insumió apenas de diez a quince años de violenta ocupación y despojo. La posibilidad de abastecer a la industria textil británica incorporó al mercado mundial a toda la Patagonia y los audaces ocupas se convirtieron rápidamente en hacendados. Los invasores estaban dispuestos a imponer contra viento y marea su posibilidad de enriquecimiento y a vencer cualquier obstáculo que se erigiera en el camino de su prosperidad. En 1882, el diario londinense “Daily News” publicó un reportaje a un empresario interesado en las posibilidades de la zona: “Se piensa que la Tierra del Fuego sería adecuada para ganadería, pero el único problema en este plan es que, según parece, sería necesario exterminar a los fueguinos”(2). En 1883, se concretó la primera concesión de tierras, 120.000 hectáreas beneficiaron a la compañía Wehrhann, en la Tierra del Fuego chilena. En 1889, los agraciados fueron el portugués José Nogueira y su suegro el ruso Moritz Braun con 180.000 y 170.000 hectáreas, respectivamente. Del lado argentino, la primera estancia fue Harberton, con 20.000 hectáreas sobre la ribera del Beagle, establecida en 1886 por el británico Tomas Bridges. Luego, en 1894, el asturiano José Menéndez obtuvo 80.000 hectáreas y fundó las estancias Primera Argentina y Segunda Argentina, en el norte fueguino. Invasión y genocidio Los Braun y los Menéndez fueron los abanderados de la invasión al territorio selk ́nam, arribaron antes que el Estado e impusieron sus normas sin tomar en cuenta derechos ni garantías. Cuando llegó la autoridad fue funcional a sus intereses. La ocupación de inmensas praderas, grandes como países, a ambos lados de la frontera argentino-chilena, les permitió, una vez asociados, convertirse en una de las familias oligárquicas más poderosas e influyentes del cono sur americano. Sus dominios se extendieron por toda la Patagonia argentino-chilena, y su centro operativo pasó a estar en Buenos Aires. Sus actividades se multiplicaron y diversificaron sin límites, restricciones ni fronteras. El avasallante avance ganadero sorprendió a los nativos, sus periplos nómades se vieron impedidos, sus primeras reacciones fueron individuales y espontáneas para proteger a sus mujeres y niños; pero la desproporción de elementos técnicos era abismal. Los arcos y flechas y su fortaleza para la lucha cuerpo a cuerpo, fueron sus recursos para enfrentar a hombres montados a caballo y provistos de rifles, pistolas y fusiles. Entonces, los cadáveres de hombres selk ́nam comenzaron a esparcirse entre los pastizales, mientras las mujeres sobrevivientes eran prostituidas o forzadas a convivencias con hombres blancos, colocadas como personal doméstico semi-esclavo o concentradas en las misiones salesianas, mientras sus hijos eran arrancados de sus brazos para convertirlos en criados de las familias pudientes. Las enfermedades traídas por los europeos fueron el paso final del exterminio y, al cabo de unos pocos años, este pueblo vigoroso fue un recuerdo desdichado de la colonización de Tierra del Fuego. En los albores del siglo XX su presencia milenaria fue consumida por el “progreso” capitalista, la “piedad” religiosa y la “benefactora” labor del Estado. Mancomunidad represiva Este desprecio por los nativos tuvo efectos prácticos y se manifestó sobre el terreno fueguino, los uniformados participaron activamente de las persecuciones y masacres junto a los paramilitares contratados por los estancieros. Desde la primera incursión, en 1886, encabezada por el coronel Ramón Lista, se derramó sangre nativa injustificadamente. “Los soldados de caballería que en número de veinticinco y como escolta acompañan a la expedición, mataron sesenta y cinco indios entre hombres, mujeres y criaturas, algunos de los cuales se disecaron bajo la dirección del (...) médico de los expedicionarios. Durante varios días se desangraron pieles, se peinaron cueros cabelludos, con el pelo adherido aún, y se hirvieron y limpiaron cráneos y esqueletos de los pobres onas”(3). En la crónica de la Misión Salesiana, del 31 de mayo de 1897, se hace referencia a la presencia de gendarmes en las acciones emprendidas por estancieros y uniformados para llevar a cabo la “solución fnal” al “problema” de los nativos fueguinos. Desde “el fn de 1897 a mediados de 1898, la región de Río Grande se transforma en un campo de batalla, a medida que se organiza la Estancia Primera Argentina, que sirve como centro de operaciones, desde donde parten expediciones punitivas contra los Onas”. A partir de la documentación evaluada, describió la presunta organización, que era “comandada por el administrador James C. Robins y el mayordomo o capataz Alejandro Mac Lennan. Los empleados subalternos y los policías alojados en distintas casas (...) de esa estancia, que se calcula puede llegar a 15 guardias policiales, con sus respectivos comisarios (...) Tampoco es ajeno a los hechos el propio Jefe de Policía R.L. Cortés y el secretario de la Gobernación Mariano Muñoz”(4). Uno de los operativos de represalia de esta “asociación ilícita” fue consumado cuando “cayeron de improviso sobre el campamento de los salvajes. No es posible describir la carnicería que hicieron porque es muy horrible e inhumana. Basta decir que muy pocos pudieron ponerse a salvo”. Luego de la masacre, los asesinos “se vanagloriaban de su vandalismo, como si hubieran tenido una batalla campal. Muchísimos fueron los muertos y los heridos y muchísimos más serán todavía, porque los estancieros determinaron hacer desaparecer la pobre raza de los onas”(5). Las matanzas se generalizaban sin que los propiciadores y los ejecutores sintieran alguna culpa por la sangre derramada. “Tal vez el primer cazador sea el tristemente célebre Sam Islop (administrador de la estancia Primera Argentina) al que el padre Maggiorino Borgatello califca de “monstruo”. “Por qué matas a tantos pobres inocentes? ¿Las mujeres y los chicos qué mal hacen?”, le preguntó (...) “Islop me respondió: ¿Chicos? Ahora chicos. Luego grandes bestias como grandes. Son como leones cachorros, ahora buenos, después feroces. Hay que liquidarlos así se acaba la raza” (6). Algunos religiosos se horrorizaban por los sangrientos episodios que presenciaban. “Ninguna fiera se ha comportado de tan manera cruel como lo han hecho los blancos contra los indios indefensos. Estos renglones deben ser una permanente protesta contra aquellos cazadores de hombres, que han aniquilado sin compasión al pueblo de selk’nam”(7). Todos los factores de poder: empresarios, funcionarios, policías y religiosos coadyuvaron para la “solución fnal”. El “único reflejo humanitario del Estado y de las Iglesias presentes en la isla fue el de atraer y concentrar a las familias que, desesperadas, huían del ataque salvaje del capital asociado al estado policial. Mientras, unos pocos héroes calificados por la prensa y los expedientes judiciales como “guerrilleros” resistían en máxima desigualdad de condiciones, hasta las últimas consecuencias. Las epidemias hicieron el resto”(8). Esbozos de resistencia En ese contexto de hostigamiento y desesperación, algunos nativos consumaron primitivas acciones de resistencia. Destruyeron alambrados, sustrajeron ovejas, mataron caballos. Entonces, los estancieros produjeron represalias cada vez más sangrientas de sus comandos civiles y uniformados. Algunos selk ́nam hicieron intentos de conseguir armas de fuego y sus ataques produjeron muertos y heridos en el bando invasor. Pero, la fuerza colonizadora no estaba dispuesta a detenerse por algún “subversivo” aislado y su presión avasalladora aniquiló a los exasperados resistentes. El entonces jefe de policía fueguino, Ramón Cortés, escribió un informe al gobernador donde dio cuenta de estas acciones y de la postura oficial al respecto: “Estos mismos indios hace algunas semanas robaron en el establecimiento, un buen número de animales y destruyeron por mero gusto dos millas de alambrado. A fin de garantir los intereses de los pobladores de esta región, me veo en la necesidad de reiterar a V.S. la conveniencia que hay de recoger a estas tribus onas que tanto daño hacen y terror causan a los hacendados, máxime si se tiene en cuenta que cada día se hacen más bravas y salvajes...”(9). Frente a cada acción resistente, las represalias, a ambos lados de la frontera, fueron alcanzando mayor magnitud y crueldad. “Todos saben que la cabeza de un salvaje en Tierra del Fuego tiene precio, que es una libra esterlina (....) ¡Vergüenza e infamia de aquellos que pueden y no impiden tanta barbarie! La fama del cazador de indios, los hace más bárbaros que ellos. ¡Pero también la sociedad, de cuyo seno salen, es también la responsable de tanta sangre inocente!”(10). Los intentos de resistir fueron reacciones viscerales frente a una descomunal invasión que avanzaba destruyendo todo vestigio del modo de vida vernáculo. Casi no tuvieron tiempo para elaborar tácticas o estrategias, generar caudillos o una organización, sólo acciones individuales o de pequeños grupos que atacaban y huían. Los intentos grupales estaban orientados a producir daños al enemigo. El administrador de una estancia de Menéndez denunció a la policía que “habían aparecido destrozadas varias cuadras de alambrado y faltaba del campo unas mil quinientas ovejas, presumiblemente robadas por la tribu de Cauchicol” (11). Las acciones de resistencia más organizadas fueron “los incendios de la comisaría de Río Grande que se instala en una casa del dueño de la hacienda Primera Argentina y de un puesto del mismo señor, son los indicios de una nueva unión de distintos grupos, como en el caso de Capello, esto atemoriza al blanco”(12). Hubo ataques para liberar a compañeros detenidos. Siete selk ́nam que intentaban robar caballos, fueron sorprendidos por los peones armados de la “Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego”, que se dispusieron a entregarlos a la policía al otro día. La caravana se organizó con los nativos caminando y dos peones a caballo y “armados con rifle, revólver y cuchillo (...) A eso del mediodía estalla la sorpresa general en el puesto” al ver “acercarse a la querencia a los caballos de los guardias, sin jinete y con las riendas a la rastra” (...) Como a cinco millas encuentran los restos de los peones que habían sido atacados por nativos que liberaron a los apresados (13). Se trataba de acciones de pequeños grupos como un acto de desesperación extrema, pero nunca alcanzaron a organizar medidas de resistencia colectivas que plantearan alguna posibilidad de enfrentamiento exitoso. Seriot, el vengador El resistente que más trascendió fue Seriot, quien se destacó por el tiempo que pudo eludir la persecución, por las víctimas que se le adjudicaron y la fama conquistada. Un historiador de Tierra del Fuego tituló un capítulo de su libro: “Capelo, el ona guerrillero”. Pero, se desconoce si su accionar estuvo originado en alguna concepción de resistencia al invasor o sólo motivada por el desencanto que le produjo el contacto con los blancos. Capelo fue el apodo que le dieron los forasteros, supuestamente, por el uso de un particular sombrero cónico selk ́nam. Como muchos bandidos, que se hicieron populares por su enfrentamiento con las autoridades, la historia conocida de Seriot comenzó con la indignación que le produjo la traición de un funcionario público. Su rebeldía fue la reacción espontánea ante la falta de consideración dispensada por los invasores particulares o estatales. En el oriente fueguino, existió una dependencia oficial: la subprefectura de Buen Suceso, que existió hasta 1892, cuando fue trasladada a bahía Tetis. Antes de la mudanza, se produjo el primer registro de la presencia de Seriot. En esa dependencia, se habían asentado varias decenas de nativos atraídos por las raciones que les suministraban los uniformados. A “fines de 1890 aparece Capelo entre los indios reducidos de Buen Suceso”(14). Hasta ese momento, había tenido un trato aparentemente cordial con las autoridades. Hasta tal punto que el subprefecto quiso repetir una experiencia exitosa que había tenido con un joven haush. Pero, “Capelo dudaba, pues tenía una mujer joven y temía perderla”. El “subprefecto prometió entonces cuidarla hasta su regreso...” Realizó ese viaje y regresó maravillado con la experiencia, comenzó a usar vestimenta occidental y a hablar bastante bien el castellano. “Pero al volver, algunos meses después, su mujer había desaparecido. Según le dijeron, como otros indios habían planeado raptarla, para que estuviera más segura la habían llevado a la Isla de los Estados. Debía regresar en el próximo viaje. Capelo (...) cuando comprobó que su mujer no estaba a bordo se alejó protestando. Por algún tiempo quedó en acecho por la vecindad. Esperaba la oportunidad de apoderarse de la mujer del subprefecto para guardarla como rehén hasta que le fuera devuelta la suya. La gente de la subprefectura sospechó el peligro y se mantuvo alerta. Un día un muchacho blanco salió a cazar pájaros con su escopeta. Capelo le lanzó una fecha por sorpresa y se apoderó del arma, de los pocos cartuchos que tenía y de su ropa. Hecho esto, Capelo y los suyos se alejaron por la costa en dirección noroeste, en donde se encontraron con un grupo de onas de las montañas, siempre dispuestos a empresas temerarias”(15). Seriot ataca de nuevo Los expedicionarios franceses Enrique Rousson y Polidoro Willems estuvieron a punto de perder la vida en un encuentro con el grupo de Seriot, en las inmediaciones del cabo San Pablo. Se salvaron por la reacción de un peón que comenzó a disparar y frustró el intento de los nativos. En marzo de 1894, Seriot aparece en las crónicas del salesiano José María Beauvoir, unos doscientos kilómetros al norte de la subprefectura, solicitando ayuda para cruzar el caudaloso río Grande. Para entonces, “traía consigo un rifle descompuesto con algunas balas y un largo machete. Había pasado, decía él, algún tiempo en una compañía de soldados de la República Argentina. Vestía levita negra, chaleco y pantalón del mismo color, botas granaderas y un sombrero ovalado también negro”. “Más que un salvaje parecía un dandy de Buenos Aires”. En un tramo del diálogo con el cura, expresó el estado de ánimo de los nativos: “Nosotros, indios, contestó él, mucho miedo cristianos, porque mucho malo, siempre pum, pum, pum y siempre “wituchen” (morir)”(16). Luego de residir unos días en la misión, se marcharon. Para esos días, el subprefecto de Bahía Tetis le adjudicó dos crímenes. El del marinero uruguayo Luciano Gallardo, desertor del barco “Villarino”, que “fue asesinado por móvil de robo, se supone, por el indígena de malos antecedentes llamado “Capelo” en los campos del cabo San Pablo y Río Grande. Supone, asimismo aquel funcionario que el referido indio, en compañía de varios otros, no es extraño a la muerte del marinero español N. Barón que pertenecía a la tripulación de la fragata inglesa “Duches of Albany”, naufragada a inmediaciones del cabo San Pablo el año pasado”(17). En agosto del mismo año, se conoció otro incidente sangriento. “Jacobo Saint Martín y otros dos miembros de un grupo de mineros habían sido asesinados por “un indio llamado “Capelo” que ayudado de varios otros cosieron a puñaladas a Saint Martín y a los otros dos”. Luego, “los indios se alejaron unos 20 kilómetros hacia el noroeste y prepararon una emboscada a la policía que presumiblemente los iba a buscar”(18). Esta denuncia desató la persecución policial de Seriot, que puso en alerta a todos sus efectivos para dar con el rebelde. Como el ataque no se produjo, Seriot y su gente se dirigieron hacia la estancia Harberton, donde esperaban contar con cierta protección. “Se presentó... en mal español, diciendo que su nombre era Capelo”, y “que tenía el propósito de acampar a la orilla del bosque (...) No puse objeción... Noté un atado de ropa, un rifle, un revólver, escopeta, anteojos de larga vista y dos perros... de raza desconocida entre los onas... Deduje que habían saqueado algún campamento de blancos”(19). La información de la presencia de Seriot en Harberton llegó a la policía de Ushuaia. Según Bridges, quien lo delató fue un hombre que pasó por la estancia y se dirigió a Ushuaia a informar a la policía. Otra versión, indicó que fueron los Bridges los que lo hicieron(20). Al enterarse de la novedad, el jefe policial Ramón Cortés despachó “un pelotón de gendarmes” que desembarcó “sigilosamente (...) rodeó el campamento ona y copó a los indios por sorpresa”(21). “La policía dio con él antes de que se diera cuenta”. Cortés “le ordenó que se rindiera. Pero, el indio que era excepcionalmente fuerte, saltó sobre el jefe para arrebatarle el revólver. Uno de los gendarmes viendo la escena disparó a quemarropa e hirió de muerte a Capelo”. Otro fue baleado y los demás fueron detenidos (22). Otra versión, señaló que el “comisario Ramón Lucio Cortés fusilará sobre el terreno a varios hombres, incluido el cabecilla llamado Seriot o Capelo. Las mujeres y niños serán conducidos a Ushuaia en calidad de prisioneros. Además del asesinato de los selk’nam, el gobernador de Tierra del Fuego Pedro Godoy se permitirá un gesto de “altruismo científico”, ordenando el descarne y disección de los restos humanos de Seriot y enviándolos como regalo al Museo de La Plata” (23). Seriot regresa a su tierra Sus restos ingresaron al Museo de La Plata en 1898. “Así comienza a formar parte de las colecciones del Museo, bajo el nombre de “Capello” (...) Fue utilizado como material de estudio” (24). En 2010, la comunidad fueguina indígena reclamó la restitución de los restos humanos de Seriot. El 19 de abril de 2016 los cadáveres de Seriot y otros tres selk ́nam no identificados, fueron restituidos a su tierra. Fueron alojados en la reserva de la comunidad aborigen fueguina, donde se construirá un mausoleo para homenajearlos. Notas: 1. Entrevista al antropólogo Luis Alberto Borrero en el documental “Isla de Fuegos” (2011), de Rubén Plataneo y Bernardo Veksler. 2. Daniel Badenes. La Pulseada, 9/6/2016 (www.lapulseada.com.ar/). 3. Reseña del militar Pedro Godoy - futuro gobernador fueguino- sobre la expedición a Tierra del Fuego del teniente coronel Ramón Lista, en 1886; citado por Colectivo GUIAS en Fueguinos en el Museo de La Plata: 112 años de ignominia. 4. Nelly Iris Penazzo. Revista “Impactos” N° 88, de Punta Arenas, Chile, enero de 1997. 5. Roberto J. Payró. “La Australia Argentina”. Citado por Nelly Iris Penazzo en Revista “Impactos” N° 88, de Punta Arenas, Chile, enero de 1997. 6. Citado por Nelly Iris Penazzo. Revista “Impactos” N°88. Punta Arenas, enero de 1997. 7. Martín Gusinde. Hombres primitivos en la Tierra del Fuego. 8. Diana Lenton. Prólogo del libro Fueguinos en el Museo de La Plata: 112 años de ignominia. 9. Citado por Nelly Iris Penazzo. Revista “Impactos” N°88. Punta Arenas, enero de 1997. 10. Carta del salesiano Mayorino Borgatello a su superior en Turín, reverendo Don Rua, del 3/12/1897. Citada por Nelly Iris Penazzo. Revista “Impactos” N°88. Punta Arenas, enero de 1997. 11. Lucas Bridges. “El último confín de la Tierra”. 12. Juan Belza. “En la isla del fuego”. 13. Carta del salesiano Mayorino Borgatello a su superior en Turín, reverendo Don Rua, del 3/12/1897. Citada por Nelly Iris Penazzo. Revista “Impactos” N°88. Punta Arenas, enero de 1997. 14. Selk ́nam que emprendieron acciones de resistencia según fuentes civiles, anglicanas y salesianas, citado por Diana Lenton en el prólogo del libro Fueguinos en el Museo de La Plata: 112 años de ignominia. 15. Juan Belza. “En la isla del fuego”. 16. Juan Belza. “En la isla del fuego”. 17. Citado por Juan Belza. “En la isla del fuego”. 18. Juan Belza. “En la isla del fuego”. 19. Lucas Bridges. “El último confín de la Tierra”. 20. Lucas Bridges. “El último confín de la Tierra”. 21. Colectivo GUIAS en Fueguinos en el Museo de La Plata: 112 años de ignominia. 22. Joaquín Bascopé Julio. “Emergencia de una sociedad original”. 23. José L. Alonso Marchante en “Menéndez, el rey de la Patagonia”. 24. Colectivo GUIAS. Fueguinos en el Museo de La Plata: 112 años de ignominia. Referencias Bibliográfcas Osvaldo Bayer y otros autores. Historia de la crueldad argentina Ediciones El Tugurio. Buenos Aires (2010). Colectivo GUIAS. Fueguinos en el Museo de La Plata: 112 años de ignominia”. Editorial De la Campana. La Plata (2011). José L. Alonso Marchante. Menéndez, el rey de la Patagonia Editorial Catalonia. Santiago de Chile (2014). Roberto J. Payró. La Australia Argentina Editorial Claridad. Buenos Aires (2009). Nelly Iris Penazzo. Wot ́n: Documentos del genocidio ona Ediciones Arlequín de San Telmo. Buenos Aires (1995). Martín Gusinde. Hombres primitivos en la Tierra del Fuego Publicado por Escuela Estudio.Hispano-Amer, Sevilla, España (1951). Juan Belza en En la isla del fuego. Publicación del Instituto de Investigaciones Históricas Tierra del Fuego (1975). Lucas Bridges en El último confín de la Tierra Editorial Sudamericana. Buenos Aires (2000). Hugo Chumbita. Jinetes rebeldes. Ediciones Colihue. Buenos Aires (2013). Enrique S. Inda. El exterminio de los onas. Cefomar Editora. Buenos Aires (2008). Joaquín Bascopé Julio. “Emergencia de una sociedad original en El último confín de la Tierra. Sentidos coloniales IV”. Disponible en http://journals.openedition.org/nuevomundo/64974. Documental “Isla de Fuegos” (2011), de Rubén Plataneo y Bernardo Veksler. Daniel Badenes. La Pulseada, 9/6/2016 (www.lapulseada.com.ar/). Osvaldo Bayer en Página 12, 16/5/2010. Revista “Impactos” N° 88, de Punta Arenas, Chile, enero de 1997 Anne Chapman, Página 12, 25/2/2009. El Diario del Fin del Mundo, 20/04/2016.