Una noche de
secuestros de obreros ceramistas
Por Bernardo Veksler
“Como estábamos despedidos, con mi mujer nos quedábamos a
ver televisión, que en esa época la trasmisión terminaba a la una de la
madrugada. A esa hora se escuchó que nuestro perro empezó a ladrar, me asomo y
veo que entran varios tipos corriendo por el pasillo, con armas largas y con
pistolas en las manos. Yo le digo a mi esposa: ‘nos vienen a buscar’. Uno
golpea la puerta y empieza a gritar ‘dale, dale; abrí’. Me pongo a un costado y
abro la puerta, se meten y uno me agarra del cuello, me tira al piso y me pone
una pistola en la cabeza y me preguntan: ‘¿vos sos Pablo? (...) Pasó más de
media hora así y vino uno que dijo: ‘en el fondo hay otra casa’. Tenía un
hermano discapacitado de unos cuarenta años, que después también desapareció,
venía para mi casa alarmado por los ruidos y lo agarraron a golpes. Les digo:
‘por favor, no le peguen que es enfermo’ y al rato lo dejaron. En tanto, ya se
llevaban a Pablo (…) años después, los vecinos se animaron a hablar y dijeron
que eran todos camiones del Ejército, del Batallón 601”.
Este relato de
Ramón Villanueva, es uno de los testimonios presentados por el autor de esta
nota en el libro La Batalla de los Hornos
que describen los operativos llevados a cabo durante la noche del 2 y la
madrugada del 3 de noviembre de 1977. En pocas horas fueron secuestrados al
menos siete obreros de la fábrica Lozadur: las hermanas Felicidad y Dominga
Abadía Crespo, Sofía Cardozo, Elba María Puente Campo, los delegados Pablo
Villanueva e Ismael Notaliberto y Francisco Palavecino, directivo del sindicato
ceramista.
El circuito de
terror había comenzado antes de la medianoche en Del Viso, en la casa de las
Abadía Crespo; luego continuó en la vivienda de los Villanueva, en Adolfo Sourdeaux;
en la de Ismael Notaliberto, en Boulogne;
y en la de Francisco Palavecino, en Don Torcuato.
El 27 de octubre, habían sido secuestrados los ceramistas Juan Carlos Panizza, Faustino Gregorio Romero y José Agustín Ponce, en la propia planta fabril de Cattaneo, y Jorge Carlos Ozeldín, secretario gremial del sindicato, fue arrancado de su domicilio.
El 27 de octubre, habían sido secuestrados los ceramistas Juan Carlos Panizza, Faustino Gregorio Romero y José Agustín Ponce, en la propia planta fabril de Cattaneo, y Jorge Carlos Ozeldín, secretario gremial del sindicato, fue arrancado de su domicilio.
No obstante,
todavía perdura el interrogante sobre la cantidad de víctimas que esta patota
consumó en esa saga sangrienta. Un documento desclasificado del Departamento de
Estado de los Estados Unidos (Disappearance
of ceramics workers in 1977), dio cuenta de un informe girado por la embajada
en Buenos Aires, a raíz de estos secuestros.
La delegación
diplomática informaba: “hemos podido
confirmar estas desapariciones a través de una fuente que consideramos segura,
que está en contacto con la administración de la firma. Esta fuente informa
que, en total, él ha oído denuncias de entre 15 y 20 desapariciones de trabajadores
de Lozadur en noviembre de 1977 y de 5 a 10 de trabajadores de otras plantas de
cerámica en la misma área, posiblemente por elementos de inteligencia operando
desde la Escuela de Comunicaciones en el cercano Campo de Mayo (…) Otra fuente
que se codea con agentes de inteligencia del Ejército nos dijo que 19
trabajadores de cerámica fueron ejecutados en Campo de Mayo en noviembre de
1977.
El documento incluía
un comentario: “creemos que hay un alto
grado de cooperación generalmente entre representantes de la administración y
las agencias de seguridad orientada a eliminar infiltrados terroristas de los
lugares de trabajo industriales y a minimizar el riesgo de conflicto”.
Los obreros
ceramistas se venían destacando por su combatividad desde que su antigua bronca
estalló en mayo de 1973. Esas luchas les permitieron obtener importantes
reivindicaciones laborales y salariales, y la expulsión de la conducción sindical
de Roberto Salar. Los ceramistas fueron el único gremio que logró remover a su
dirigencia por la acción directa. Este logro se pudo concretar gracias a la actuación
de la Agrupación Evita (JTP) que encabezó esas movilizaciones.
Los días previos a
los secuestros, los obreros de Lozadur y Cattaneo venían desarrollando medidas
de fuerza en pos de lograr un aumento de salarios. A principios de octubre,
Pablo Villanueva fue citado al Ministerio de Trabajo para una reunión con la
patronal y el interventor del sindicato ceramista de Villa Adelina, gendarme
Máximo Milarck. Allí, fue responsabilizado por el conflicto y amenazado de
aplicarle la Ley de Seguridad Nacional.
La complementariedad
entre militares y patrones dio un nuevo paso, la empresa de la familia Amoroso
Copello despidió a trescientos cincuenta del millar de operarios que contaba. Luego,
los militares consumaron el macabro operativo destinado a aplastar el conflicto
a sangre y fuego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario