Desde que la denominada “grieta” se agudizó en el país,
Jorge Lanata se transformó en un protagonista destacado de una de sus líneas
fronterizas. Su labor se fue alejando cada vez más de aquel indiscutido referente del periodismo y
entregó todo el prestigio conquistado al servicio del comendattore contratante. Su labor se travistió y pasó de ser un periodista
modelo a transformarse en el mejor publicista de la prédica corporativa
mediática.
Abandonó las pautas básicas del periodismo para reconstruir
historias, sin tomar en cuenta el elemental “chequeo” de las fuentes que pudiera
garantizar el mayor grado de veracidad posible a los contenidos; sorteó límites
elementales y violó principios básicos del periodismo para presentar dudosos
testimonios y documentos acomodados a la necesidad de ofrecer denuncias
espectaculares contra el oficialismo nacional, que se desgranaban, poco tiempo
después, por su alarmante endeblez argumental.
Así ocurrió con las bóvedas, el traslado de bolsas de dinero
hacia y desde Río Gallegos, las valijas llevadas a Carmelo por Boudou, las
cuentas de Máximo Kirchner y las de su madre en las islas Seychelles, toda la
parodia montada en torno al caso Nisman y, ahora, la denuncia contra Aníbal
Fernández y el inventado ataque que sufrió el animador de la noche del domingo.
También, evidenció una total unilateralidad en sus investigaciones
periodísticas sobre presuntos ilícitos. Nunca abordó alguno de los que se
suceden en la administración porteña, donde se conjugan un inusitado
endeudamiento con obras de dudoso valor, puestas al servicio de las
sobrefacturaciones a los colegas del jefe. Tampoco demostró interés en sacar a la luz los
negociados de los referentes de la Sociedad Rural ni de los que fugaron
descaradamente capitales o los que especularon con las necesidades populares
(entre ellos sus propios mandantes).
La reiteración de esos reiterados fiascos entusiasmó a los
que necesitan alimentar el odio contra el oficialismo y sus seguidores,
alcanzando en su intolerancia hasta a los que pretenden encontrar racionalidad y
posturas esclarecedoras dentro de la polarización reinante.
Aunque la credibilidad no parece ser una preocupación de los
escribas de Magneto; la reiteración de fallidos está planteando una derivación
no contemplada por los que deciden esos contenidos: el efecto “pastorcito
mentiroso”.
Cada nueva denuncia publicada por la corporación mediática
está generando una propensión de interés decreciente, tendiendo a que sea obviado
el adecuado análisis que una opinión crítica debe merecer. Los que no se
resignan al papel de devotos de esa prédica mediática, ante las reiteradas
muestras de insolvencia, tienden a rechazar las argumentaciones de cada show y cada
denuncia.
Así como las divertidas actuaciones del “pastorcito
mentiroso” alimentaban el desinterés de sus vecinos por acudir en su auxilio;
en este caso, se produce un fenómeno parecido: los ciudadanos que pretenden
esclarecerse, discernir seriamente sobre los posibles casos de corrupción y
exigir que los actores de esos ilícitos sean expulsados de la función pública,
condenados y paguen con su propio patrimonio por el daño causado; lejos de ello,
tienden a rechazar cada una de esas denuncias, al haberse acostumbrado a que se
demuestre rápidamente su falsedad.
Funciona como un estalinismo al revés. Cuando ese régimen se
mantenía en pie, la militancia de los partidos comunistas se encontraba
blindada a las críticas, creían a pie juntillas lo pregonado por los líderes de
que estaban originadas en oscuras intenciones del imperialismo de desacreditar
al socialismo. De esa manera, la difusión de las barbaridades cometidas no hacía
mella en la adhesión de los militantes.
Estos señores que se proponen destruir al enemigo elegido
lanzándole los proyectiles pesados que pueden disparar desde su poderosísima
artillería mediática, están logrando el efecto opuesto: debilitando las voluntades
verdaderamente independientes y abroquelando a la militancia kirchnerista en
contra de la maniobra orquestada.
La difamación serial de baja calidad que se desarrolla desde
la corporación mediática, opera como un elemento preventivo y contrarrestante
de cualquier hecho de corrupción que pueda llegar efectivamente a probarse. En
el caso de que alguna de esas denuncias pueda verse corroborada, el descrédito acumulado
del denunciante actuaría como un elemento disuasivo de los que quieran
verificar la verosimilitud de la
denuncia.
El show mediático consigue que el golpe de efecto sustituya
al razonamiento metódico. En lugar de aportar al esclarecimiento, al debate
profundo y a las conclusiones indubitables; va logrando que se lo rechace sin
que se le dedique una evaluación seria y sea considerado a priori como un nuevo
episodio de la larga secuencia de actos fallidos.
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