Por Bernardo
Veksler
Luego de disfrutar cada
brillante demostración de sus cualidades deportivas, no cabe otra sensación que
el deslumbramiento. Su capacidad para acelerar en breves espacios, para
resolver situaciones que serían imposibles para el resto de los mortales, de
desplegar su precisión de relojería para introducir a la carrera el esférico en
el arco rival, de desairar al batallón
de defensores que corre inútilmente detrás sólo para disimular su rol de
espectadores o de inducir a sus rivales a saltar para que se tiro libre pase
entre los botines de sus rivales y el césped, hace que el mundo deportivo no
deje de asombrarse de su magia.
Pero, esta serie de
lugares comunes sobre sus habilidades futbolísticas, no siempre dejan espacio
para ponderar sus cualidades humanas, que deberían ser destacadas mucho más aún
por provenir de un protagonista indiscutido.
Sus éxitos deportivos no
le hicieron despegar los pies de la superficie del planeta, nunca hizo
ostentación de sus logros y siempre consideró a sus compañeros como parte
insustituible de sus conquistas, haciendo prevalecer en sus declaraciones lo
grupal sobre lo individual.
Gran parte de su estelar actualidad
se debe a que el Barcelona lo apañó a temprana edad y posibilitó la expansión
de su talento sin límite, sin embargo, no olvidó nunca a sus raíces. Minimizó el peso formidable de las
tentaciones y perseveró hasta el cansancio para lucir la camiseta argentina.
Contra las críticas tan desenfrenadas como
intolerantes de muchos hinchas, no alteró su buen talante, sus declaraciones
respetuosas y su infinita paciencia. A pesar de las angustias que sufrieron los
suyos frente a ese desmesurado acoso, no renunció a integrar el equipo de su
país.
Nunca se le conoció una
inconducta deportiva, una reacción destemplada frente a la malicia de algún
rival o su participación en juergas o festejos desmesurados.
En esta sociedad, donde
cotidianamente sus congéneres se desviven por ocupar espacios mediáticos, por
ventilar sus intimidades, por generar escándalos y polémicas obtusas, y conquistar
a cualquier precio un segundo de fama; Messi no perdió nunca su compostura,
humildad, recato y bonhomía.
Mientras los programas
periodísticos se desesperan por introducirse en su intimidad, él prefiere
preservar a sus vínculos de la desenfrenada morbosidad del rating.
Como si todo esto fuera
poco, su seriedad alcanza a percibir que en su país el cáncer de la pobreza
sigue agobiando, sobre todo a "muchos chicos muy jóvenes” que “no les queda otra que salir
a la calle a pedir o a trabajar en lo que sea y de bien pequeños". Su
éxito no lo logró obnubilar y tiene percepción de que “a muchos padres les
cuesta sacar adelante a los niños”.
Admiro a Lionel Messi,
tanto por el despliegue de sus habilidades extraterrenales como por la sabia
humildad con que se conduce en su exposición mediática. Este aspecto, tal vez,
debería ser destacado con más frecuencia para confrontar con tanta
mercantilización de la palabra, hipocresía y soberbia cotidiana. Su bajo perfil
debería ser tomado en cuenta como un modelo de conducta para los jóvenes
deportistas, de compromiso con la realidad que atormenta a millones pero
también para atreverse a soñar con una sociedad mejor.
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