Casi instantáneamente con la
llegada europea, comenzaron las disputas por los espacios territoriales y
geopolíticos americanos. El archipiélago austral era como la portería de las
vías interoceánicas y las riquezas que por allí pasaban despertaban excesos de
codicia.
Para la monarquía británica
siempre fue un objeto de deseo. Luego, se convirtió en la cabeza de playa de
toda la Patagonia
Por
Bernardo Veksler
Un controvertido descubrimiento
¿Quién fue el primer europeo que avistó sus costas y dejó
sus huellas en las playas del archipiélago? Este interrogante, con el paso de
los siglos, alcanzó una enorme trascendencia a la hora de discutir su
soberanía. Pero, el debate histórico no se limitó a los ingleses y españoles, los
holandeses también incursionaron en él y hasta los franceses y portugueses hicieron
valer sus galones.
El archipiélago de las
Malvinas está compuesto por más de cien islas de diverso tamaño, que abarcan
una superficie de alrededor de doce mil kilómetros cuadrados. Las islas que se
destacan por su magnitud son la Soledad o Malvina del Este y la Gran Malvina o
Malvina del Oeste. Tal vez, esa cantidad de superficies emergidas de las aguas
del Atlántico Sur, haya sido la causa de la controversia producida sobre
quienes fueron los europeos que las avistaron por primera vez.
El 25 de agosto de
1520, una parte de la expedición comandada por Hernando de Magallanes alcanzó a
divisar a las islas y a brindar testimonio de ello, según la investigación de Enrique
de Gandia, quien consideró que no existen pruebas del descubrimiento adjudicado
a la expedición comandada por Américo Vespuccio, en su viaje auspiciado por el
reino de Portugal, en 1501 y 1502.
Luego de una serie
de motines y ejecuciones producidos durante la invernada en el puerto de San
Julián, Magallanes dispuso la partida. Antonio Pigafetta, cronista de la
expedición, dejó constancia que, a la altura del río Santa Cruz, “toda la escuadra estuvo ahí a punto de
naufragar, a causa de los vientos deshechos que soplaban y embravecían el mar”
(1).
El cosmógrafo
Alonso de Santa Cruz relató, en su “Islario” de 1541, que las naves de
Magallanes al dejar ese puerto “tomaron su demanda por la costa adelante,
habiendo allegado y descubierto unas islas que están al Oriente del puerto de
San Julián por dieciocho leguas que pusieron nombre islas de Sansón y de los
Patos, porque en ellas hallaron muchos… Y están cincuenta y un grados de
altura”. Las Malvinas están ubicadas en torno a ese paralelo, por esa razón el
autor consideró probado el avistaje (1).
La confirmación del
descubrimiento fue corroborado en otro tramo de la crónica, donde se testimonió
que, en las proximidades de ese paralelo, luego de la tormenta mencionada por
Pigafetta, uno de los navíos “se metió en alta mar”, y “procurando buscar
abrigo hacia la tierra que parecía llena de montes nevados…” (1). De Gandia
consideró que esta afirmación es excluyente de que los expedicionarios hayan
llegado a otra costa que no sea la de Malvinas, pues no hay montes nevados
sobre la costa santacruceña ni en otras islas que no sean ellas.
Otra opinión sobre
la cuestión fue brindada por el capitán de fragata Héctor R. Ratto (2), quien sostuvo
que el descubrimiento del archipiélago debe adjudicarse al piloto portugués
Esteban Gómez o al capitán Pedro de Vera. El primero, había desertado con la
nave San Antonio de la expedición de Hernando de Magallanes, poniendo rumbo a
España y arribando a Sevilla el 6 de mayo de 1521.
En tanto, Vera al
frente de la nave Anunciada, desertó de la expedición de Jofre de Loaysa, que
también integraba Juan Sebastián Elcano. En ese sentido, “tanto Gómez como Vera
debieron, pues, haber determinado ese rumbo para mantenerlo como dirección
media durante su navegación en demanda del Cabo de Buena Esperanza, sin poseer
(…) ningún otro dato o carta”. Luego,
sostiene que “como es de fácil comprobación, debió llevarlos,
inevitablemente, al descubrimiento del archipiélago de Malvinas, tanto más
cuanto estas islas estaban separadas de la boca del estrecho en sólo 270
millas”. Así, debieron “encontrarse las naves de estos capitanes: la “San
Antonio”, verano de 1520, y “Anunciada”, verano de 1525, a la vista del
archipiélago de Malvinas” (2).
Ratto afirmó que
para sostener esta hipótesis se basó en las cartas de Diego de Ribero y de
Alonso de Santa Cruz. En la primera, se dejó constancia en la titulada “Carta Universal la que contiene todo lo que
del mundo se ha descubierto fasta agora”; y en la segunda, se hizo
referencia a las denominadas islas de Sansón y que supone que se trató de las
islas australes.
El columnista
enfatizó que estos estudios hicieron “de estas islas tierra de los argentinos”
y que no se limitó sólo a “una cuestión histórica sino de derecho, como
consecuencia de la ocupación efectiva y prolongada del archipiélago por parte
de España y las Provincias Unidas (…) un hecho de tal naturaleza no puede
disociarse de todos sus antecedentes históricos y mucho menos de los relativos
a su descubrimiento” (2).
Los ingleses llegaron
por casualidad
A comienzos del año
1592, John Davis navegaba frente a la costa patagónica al mando del navío Desire y una sorpresiva tempestad le
hizo perder contacto con su nave capitana, comandada por Thomas Cavendish.
Según su relato, luego
de dirigirse hacia el sureste, el día 14 de agosto de aquel año, fue arrojado en
medio de ciertas islas nunca antes descubiertas y que no figuraban en ninguna
narración conocida, ubicadas al Este Noreste del estrecho de Magallanes.
Dos años mas tarde,
Richard Hawkins, quien desconocía lo relatado por Davis, se aproximó a las
islas y las bautizó Maiden-Land en
homenaje a su reina Isabel I.
El testimonio que
sostuvo como prueba valedera dicho descubrimiento, se refiere a la descripción
hidrográfica que hace Hawkins de unas isletas rocosas que luego se conocieron
como Eddystone y que él bautizó como Conditehead o White Conduit.
Luego, el capitán
inglés John Strong recaló en Malvinas en 1690 y navegó de norte a sur el canal
que divide las dos grandes islas, denominándolo Falkland Sound, la que se extendió más tarde a todo el archipiélago,
en homenaje al vizconde de Falkland, que era su jefe en el almirantazgo (3).
Los holandeses también las descubrieron
Según la
enciclopedia Larousse, las Malvinas habrían sido descubiertas por el navegante Sebalt
de Weert en 1600. El texto consideró improbables las afirmaciones de los
dijeron haber llegado con anterioridad.
A bordo del buque Geloof, en viaje de regreso al
Atlántico, luego de atacar intereses marítimos españoles en la costa chilena, el
24 de enero, los holandeses avistaron unas islas, ubicadas a 60 leguas al Este
del estrecho de Magallanes y en la latitud de los 50º 40' Sur, según el
registro de su bitácora, a las que bautizaron Sebalt o Sebaldinas.
Esta postura
sostiene que no “está probado que Américo Vespucio en 1502, Magallanes en 1519,
Esteban Gómez en 1520, Pedro de Vera de la expedición de Loaiza en 1525,
Sarmiento de Gamboa en 1579-1580, hayan avistado las islas Malvinas. La primera
noticia documentada sobre su descubrimiento corresponde a la expedición del
navegante holandés” (4).
Otros dos
navegantes holandeses, Jacobo Le Maire y Guillermo Shouten, sostuvieron haber avistado
al archipiélago el 13 de enero de 1616.
Las primeras cartas náuticas que incluyeron a
las islas fueron diseñadas en los años 1523, 1529, 1541 y 1545. Allí se las
identificaron con los topónimos de San Son o San Antón. Esta denominación también
constituyó una prueba contra la postura inglesa, porque fueron los nombres
utilizados por los navegantes españoles y que coincide con el nombre de la nave
San Antonio, que estaba al mando de Gómez.
REFERENCIAS:
1)
Diario La Nación, 17 -7- 1977.
2)
Diario La Prensa, 17 -7- 1934.
3)
Hugo Gambini. Crónica Documental
de las Malvinas.
4)
Juan Lucio Almeida. Todo es
Historia N°20.
Los perros de Malvinas y la presencia de aborígenes
No sólo la primera
incursión europea está sometida a discusión, también surgen controversias sobre
la posible presencia humana en el archipiélago anterior a su llegada.
La existencia del zorro-lobo de Malvinas hizo pensar que las islas
fueron visitadas por los canoeros fueguinos. Se creyó que el guará sería el doméstico
perro de los yámanas, vuelto al estado salvaje y convertido en una especie
típica.
El hallazgo de
puntas de flechas en Lafonia y restos de una canoa, reforzaron
esa teoría con convicciones arqueológicas. Se hallaron también algunas
evidencias ambiguas de la presencia de madera, pese a la ausencia de árboles.
En 2009, un estudio
de ADN realizado por un equipo científico dirigido por Graham J. Slater, de la
Universidad de California, confirmó lo que intuyeron los gauchos argentinos al
bautizarlo, que la especie viva más cercana al can malvinero era el aguará guazú. El estudio confirmó que ambas
especies se separaron hace alrededor de 6,7 millones de años.
Los cánidos solo
lograron colonizar América
del Sur hace unos tres millones de años, en el gran intercambio biótico americano
ocurrido al conectarse los continentes de América del Norte y del Sur por la formación
del istmo de Panamá.
Este estudio
encontró que las muestras examinadas del zorro malvinense compartieron un
ancestro común hace unos 70 mil años, lo que sugiere que llegaron a las islas
antes del final de la última edad de hielo, es decir, elimina totalmente la
hipótesis de su introducción por parte de los canoeros, dado que los humanos todavía
no habían colonizado América.
Es probable que el
guará descienda de una población que habitó el continente y que llegó a las Malvinas sobre alguno de los
abundantes témpanos de hielo, que los enormes ríos de la Patagonia
arrastraban mar abierto desde los gigantescos glaciares.
Los perros que quedaron
en el continente se extinguieron, quedando en las islas Malvinas la única
muestra de su linaje, que sobrevivió a las duras condiciones de las islas
durante decenas de miles de años, hasta que la cacería de los colonos
británicos los eliminó para siempre.
Los ganaderos lo
combatieron hasta su extinción, para preservar a sus rebaños de ovejas. Los loberos norteamericanos también los cazaban
por su piel y testimoniaron que era un
animal tan pacífico que podían darle de comer con una mano y con la otra matarlo.
El antecedente
histórico más antiguo sobre este animal se registró en el viaje del
capitán John Strong en 1690 y era aún
bastante común en el tiempo en que Charles
Darwin visitó las islas en 1833. El último
ejemplar habría sido abatido en 1876.
FUENTE: http://www.animalesextincion.es
La geopolítica vigoriza el deseo de posesión
El
crecimiento de la navegación por los pasos interoceánicos australes, convirtió
a las Malvinas en un objeto de deseo de las principales potencias de le época.
Gran
parte de las riquezas extraídas de las entrañas americanas eran llevadas a las
metrópolis atravesando los mares australes. También, era la ruta de las
misiones comerciales hacia Oriente. Tanta riqueza circulando por esas aguas
tuvo un poder magnético para todas las categorías de piratas y corsarios.
Uno de los primeros
que visualizó la importancia del archipiélago fue el navegante inglés George
Anson, quien luego de haber circunnavegado el planeta, entre los años 1740 y
1744, presentó ante el almirantazgo un estudio con las experiencias que había
tenido en el extremo austral americano.
Más allá de la descripción
de los incidentes en la navegación y los temporales que debió sortear, el
almirante relató su decisión de desembarcar en el puerto de Valdivia, para
emplearlo como centro de las operaciones navales necesarias para dominar la
región.
Aunque no pudo dar
cumplimiento al objetivo, concluyó en su informe que Gran Bretaña requería
contar con una base de operaciones navales en el Atlántico Sur, desde donde
poder gravitar en los pasos interoceánicos y en el tráfico mercante español con
destino al río de la Plata, que estaba en plena expansión.
Su informe convenció
al alto mando naval británico de la importancia geoestratégica de las islas.
Anson las describió como parte de un archipiélago denominado Pepys, que los primeros navegantes británicos
dieron cuenta de su existencia, pero nunca pudieron corroborar.
Este concepto fue
ratificado por el almirante Egmont, primer lord del Almirantazgo, quien señaló:
“Las Malvinas son la llave de todo el Pacífico. Esta isla debe dominar los
puertos y el comercio de Chile, Perú, Panamá y, en una palabra, todo el
territorio español en el mar” (1).
En los círculos
diplomáticos de Londres y en el Almirantazgo esta posición se hizo tan notoria,
que el embajador español comunicó al gobierno de Fernando VII que se estaba
organizando una expedición para tomar posesión de las Malvinas; originando una
queja diplomática.
El Foreing Office respondió indicando que la
idea era solamente llevar a cabo “el descubrimiento completo de las islas Pepys
y Falkland”, sin ánimo de apoderarse de ellas. Los diplomáticos españoles
alegaron que ya se contaba con datos de la existencia de las mencionadas islas
y que si no se pensaba establecerse allí no tendría sentido volver a “descubrirlas”.
Ante la insinuación
inglesa de que ellos fueron sus primeros descubridores y visitantes a partir
del siglo XVI, España replicó que, además de que sus navegantes las habían
reconocido en esa centuria, el archipiélago le pertenecía dado su adyacencia a
un continente que desde su descubrimiento se encontraba bajo la soberanía de su
corona (2).
Este incidente
diplomático, hizo posponer la incursión británica por considerarla provocativa
e inconveniente. Pero, unas décadas más tarde, algunos parlamentarios cuestionaron
a los ministros de asuntos extranjeros y de marina por “su inacción y poco
patriotismo” al no ordenar la ocupación del archipiélago.
Los paladares franceses e ingleses saborean las Malvinas
Este clamor inglés
rebotó en París en 1763. El duque de Choiseul, que presidía el gobierno francés,
concluyó en la necesidad de ocupar de inmediato el archipiélago.
Desde 1699, cuando Gouin
de Beauchesne llegó a las islas, los galos fueron quienes más presencia tuvieron.
Este navegante, luego de hacer escala en las Malvinas, se dirigió hacia los
puertos chilenos y peruanos del Pacífico, vendiendo en ellos valiosas
mercaderías de contrabando, para retornar vía cabo de Hornos. El importante
rédito que obtuvo, despertó la codicia de sus compatriotas e impulsó el
comercio ultramarino.
De Beauchesne propulsó ante la corte de Versalles el empleo
de las Malvinas como base de apoyo a la ruta Saint Maló - Concepción -
Valparaíso - Callao - Guayaquil.
En 1703, el navío Aurore, al mando del capitán Rogadier,
inició el tráfico entre Saint Maló (Bretaña francesa) y Concepción (Chile), las
Malvinas fueron la parada obligada antes de cruzar el cabo de Hornos.
Unos años después,
el jefe del gobierno francés aceptó el plan presentado por Louis Antoine de
Bougainville, de colonizar las islas con
el apoyo de los armadores de Saint Maló.
En 1765, el
comodoro John Byron tomó posesión, en nombre del rey Jorge III, de las Falkland Islands en el sitio que
denominó Puerto Egmont, desconociendo los derechos españoles y denotando un
cambio de actitud del gobierno británico al plantear la acción armada como vía
de imposición de su voluntad.
Los ingleses ya consideraban
a las islas como “la llave de todo el Océano Pacífico” para dominar todo el
territorio español de la costa oeste americana. Este dominio, hará “que en
adelante todas nuestras expediciones a esos lugares, nos resulten muy
lucrativas, de carácter fatal para España, y ya no serán tan tediosas e
inseguras en una guerra futura…” (2)
En marzo de 1786, un
dictamen de Francisco de Paula Sanz, incluido en un oficio al virrey Loreto,
efectuó una evaluación del atractivo que la región patagónica estaba
despertando en el Reino Unido. El texto afirmó: “Vuestra excelencia no ignora
que nuestra misma corte supuso que el gobierno inglés, perdidas sus colonias
americanas (Estados Unidos), no quedarían en la inacción y que era regular
pensase en hacerse de algunos establecimientos en nuestra América (…) pudiendo
ser su objeto algún paraje de la Costa Patagónica”.
El autor de la
advertencia agrega que “la experiencia y el tiempo parece han confirmado aquél
mi modo de pensar si es cierta la población inglesa en la isla de los Estados
(…) nos obligan por consiguiente a ser un poco más precavidos en las resultas
que podemos tener, muy sensibles a toda la nación por el riesgo que amenaza a
nuestro continente” (2).
REFERENCIAS:
1)
Diario La Nación, 26-7-1964.
2)
Julius Goebel. La pugna por las
Malvinas.
La llegada europea disparó frenéticas pugnas de
intereses
Las
disputas territoriales en América estuvieron en el centro de las
confrontaciones de las potencias europeas. Las primeras pulseadas fueron
resueltas a través de bulas papales. Pero, los intereses enfrentados eran tan
determinantes que no fueron suficientes las intervenciones de enviados divinos
y las posiciones de fuerza buscaron imponer hechos consumados. Españoles,
franceses e ingleses protagonizaron las primeras disputas por el archipiélago
austral. Luego, la arbitrariedad se impuso a la diplomacia.
El antecedente más lejano
de acuerdos entre países que tuvo consecuencias sobre las tierras descubiertas
por los europeos fue el Tratado de Alcávoras
de 1479. Además de sellar la paz entre los reinos ibéricos, estableció
un reparto del océano Atlántico entre Portugal y Castilla. Los
lusitanos obtuvieron el reconocimiento de su dominio sobre las africanas Madeira, Azores, Cabo Verde y Guinea,
mientras que los hispanos lograron las Canarias.
El 4 de mayo de 1493,
el papa Alejandro VI promulgó la bula Inter
Caetera por la cual adjudicó a la corona de Castilla y Aragón toda la
tierra firme e islas más allá de una línea divisoria trazada en el continente
americano. Esta norma fue el primer título invocado para reclamar derechos
soberanos sobre el Atlántico Sur.
El texto inicial
había estipulado que pertenecían a Castilla sólo las tierras descubiertas por
navegantes castellanos. Pero, Isabel y Fernando lo consideraron insuficiente e
impusieron su reforma, logrando una referencia más clara a las tierras continentales
y elogios a Cristóbal Colón.
La bula convalidó la
titularidad de Castilla sobre “todas las islas y tierras firmes descubiertas y
por descubrir, halladas y por hallar, hacia el occidente y mediodía, haciendo y
constituyendo una línea desde el polo ártico, es decir el septentrión, hasta el
polo antártico, o sea el mediodía, que estén tanto en tierra firme como en
islas descubiertas y por descubrir hacia la India o hacia otra cualquier
parte, la cual línea diste de cualquiera de las islas que se llaman
vulgarmente de los Azores y Cabo Verde cien leguas hacia occidente y el
mediodía, que por otro rey o príncipe cristiano no estuviesen actualmente
poseídas con anterioridad al día de la Navidad de nuestro señor Jesucristo
próximo pasado, en el cual comienza el presente año de 1493...”
Tanta ampulosidad
en la determinación de las soberanías territoriales, generaría todo tipo de controversias, a pesar que
decretaba la excomunión para
los que viajaran al Nuevo Mundo sin autorización de los reyes castellanos.
Los geógrafos que
han tratado de situar la línea de demarcación fijada, se han topado con varios
problemas porque las islas mencionadas como mojones fronterizos no estaban situadas
sobre el mismo meridiano.
La pugna generada y
el desequilibrio que provocó en las potencias europeas la inmensa anexión de tierras,
aconsejaron a los Reyes Católicos pactar con Lisboa nuevas condiciones, dando
lugar al Tratado de Tordesillas, firmado en junio de 1494. El acuerdo debía ser
convalidado por la Santa Sede, sin que ello exima de su cumplimiento. El papa Alejandro VI nunca lo confirmó
y Julio II,
recién en 1506, emitió la bula Ea quae pro bono pacis, que lo
hizo entrar en vigencia.
La nueva
demarcación limítrofe se trazó desde el polo Ártico al Antártico, pasando a 370
leguas al oeste de las islas de Cabo Verde,
coincidiendo con el meridiano situado a
46º 37’ longitud oeste (que pasa cerca de la actual ciudad de São Paulo),.
A pesar del nuevo
acuerdo, los límites jurisdiccionales trazados seguían siendo laxos y generaron
numerosas interpretaciones, discusiones y pulseadas por los intereses que
empujaban hacia un lado u otro esa imaginaria línea divisoria.
No obstante,
durante un par de siglos la atención se concentró más en las disputas por
posesiones continentales.
Recién a mediados
del siglo XVIII el apetito de las potencias europeas incluiría el bocado de las
Malvinas.
Comienza
el juego del que llegó primero
En el corto período
de 1764 a 1769, las Malvinas fueron
ocupadas simultáneamente por franceses, españoles e ingleses, sin dejar de reconocer por acción u
omisión que se trataba de una jurisdicción hispana.
Con el inicio del
debate en el parlamento británico sobre la importancia adquirida por los pasos
interoceánicos, comenzaron a dispararse inquietudes de las potencias por
establecerse en el lugar.
Los franceses se
propusieron golpear primero y el gobierno aceptó el plan de Louis Antoine de
Bougainville, para ocupar las Malouines y
colonizarlas.
La expedición zarpó
de Saint Maló –origen de la denominación de las islas- en septiembre de 1763 y,
después de recalar en Montevideo, arribó a las islas y exploró durante 45 días
la isla grande oriental (Soledad), para finalmente asentarse en una amplia
entrada del mar en el extremo noreste, que denominaron bahía Francesa y a su
puerto interior Louisville (castellanizado como Puerto Luis). Allí anclaron el 17
de marzo de 1764.
Construyeron
habitaciones, un almacén y un pequeño fuerte, y tomaron posesión de las islas
en nombre del rey galo. Bougainville regresó a Francia en busca de nuevos
recursos para la empresa.
Los colonos
estables eran unos treinta y estaban preocupados por la ausencia de bosques
para poder calefaccionarse con leña, pero descubrieron que la turba era un buen
sustituto. Eso les permitió levantar otras instalaciones como un horno para
hacer pan, una herrería, depósitos y baterías.
En el verano
siguiente, Francia reforzó el asentamiento y la población alcanzó a 150
habitantes, entre militares y colonos.
La corte hispana inició
el pleito y acciones diplomáticas ante su par de Versalles, exponiendo que el
archipiélago le pertenecía por descubrimiento y por su proximidad territorial a
Hispanoamérica. Ante el reclamo, Luis XV decidió resolver la controversia cediéndole
a su primo Carlos III todas las instalaciones construidas, con la condición de
que los españoles se comprometieran a defender el archipiélago de los intentos
de ocupación británica. Además, España debía compensar a Francia por los gastos
incurridos.
La colonia continuó
prosperando sin ser inquietada, hasta que recibió la orden de hacer la entrega de
la localidad a España. En el tercer viaje de Bougainville a las islas, en abril
de 1767, se concretó la cesión ordenada. El acto formal se llevó a cabo en
Puerto Luis y los funcionarios españoles estuvieron encabezados por Felipe Ruiz
Puente, quien luego asumió como gobernador.
En el momento de la
cesión, Boungainville relató así el acto: “España reclamó estas islas como una
dependencia del continente meridional; el rey reconoció sus derechos y recibí
orden de ir a devolver nuestro establecimiento a los españoles, lo que se hizo
con intervención del gobernador español don Felipe Ruiz Puente, quien comunicó
a Buenos Aires y enarboló la bandera de España, que desde tierra y de los
navíos saludaron con veintiún cañonazos a la salida del sol” (1).
Al recibir las instalaciones
la corona española procedió a cambiar el nombre del puerto por el de la Soledad
y a la entrada de mar la rebautizó como bahía de la Anunciación.
A fines de ese año,
ya estaba habitada por unas 120 personas. Entre ellas se contaban funcionarios
civiles y militares, dos clérigos, obreros, criados y familias de los colonos,
y algunos presidiarios. Unos cuarenta eran franceses, que habían decidido
radicarse luego del traspaso, según escribió el historiador Laurio H.
Déstefani. Quien agregó que de las treinta casas que se habían erigido “sólo
merecían ese nombre la del gobernador y su teniente, que eran de piedra”, el
resto eran calificadas como chozas (2).
Este reconocimiento
de la soberanía española sobre el archipiélago, adquirió gran importancia como
antecedente, dado que para la misma época los británicos comenzaron a
frecuentarlo.
Los ingleses deciden que las islas son de su propiedad
Argumentando que
sus navegantes habían descubierto las islas y especulando que su ubicación
geográfica aportaba un extraordinario valor estratégico, el Reino Unido decidió
establecerse en las Malvinas.
El comodoro John
Byron, al mando de los navíos Dolphin
y Tamar, tomó posesión del
archipiélago en nombre del rey Jorge III, en febrero de 1765, estableciendo un reducto fortificado que
denominó Puerto Egmont, luego de haber efectuado un relevamiento hidrográfico
de sus alrededores.
El Almirantazgo inglés consideró a las islas como clave en la circulación
marítima austral, pues la base que pretendían establecer iba a constituir “la
llave de todo el Océano Pacífico”, que debía “dominar los puertos y el comercio
de Chile, Perú, Panamá, Acapulco” y todo el territorio español del Pacífico.
Los españoles habían tenido algunos indicios de
la presencia británica en 1767, cuando se redactó un informe a partir del
relato de un navegante: “Lo único que dice nuestro hombre (...) es que han
dejado en una isla treinta y tres soldados de Marina (...) Alguno piensa que
sea en la que han llamado Egmond...” (3).
Tres años después, confirman la sospecha,
cuando el capitán de fragata Francisco de Rubalcava informó haber hecho un
descubrimiento “por casualidad en este puerto, he quedado admirado de encontrar
en él una especie de establecimiento bajo bandera inglesa” y presentó a los
ocupantes una protesta para que cese “la usurpación de este puerto y costas” (3).
Españoles e ingleses se enfrentan a cañonazos por las islas
El gobernador de
Buenos Aires, Francisco de Paula Bucarelli y Urzúa, comisionó a una formación
naval, compuesta por cuatro fragatas y un transporte, a que terminara con la
incursión británica. La flota contaba con ciento treinta cañones y una dotación
de mil quinientos hombres, al mando del coronel Juan Ignacio de Madariaga.
Al
llegar a la instalación británica de Puerto Egmont, después de reiteradas
intimaciones, el marino español inició la ofensiva y, tras una breve
escaramuza, los comandantes W. Maltby y G. Farmer decidieron rendirse con sus
156 efectivos (3).
Este suceso provocó
una crisis diplomática entre España y Gran Bretaña, que produjo el retiro de
ambos embajadores y una inminente declaración de guerra, provocando alarma en
la corte castellana. El enfrentamiento bélico se pudo zanjar con una cesión
temporal del sitio hasta 1774.
En el acta firmada
en la ocasión, el embajador hispano en Londres declaró que “en nombre del Rey
su señor, que el compromiso de la citada Majestad Católica de restituir a su
Majestad Británica la posesión del puerto y el fuerte denominado Egmont, no
puede ni debe afectar de manera alguna la cuestión del derecho previo de
soberanía sobre las islas Malvinas".
En forma
complementaria se firmó, en 1790, el Tratado de Nootka Sound entre los dos reinos,
a raíz de un conflicto con dos buques ingleses en Canadá. Entonces, Gran
Bretaña se comprometió, a no establecerse en los mares meridionales, en las
costas orientales y occidentales y de las islas adyacentes ya ocupadas,
reconociendo la soberanía española sobre Carmen de Patagones, San José, Deseado
y Puerto Soledad de Malvinas, que, en este caso, España ya ocupaba desde hacía
dieciséis años. (1).
Finalmente, el 20
de mayo de 1774, el contingente inglés encabezado por Samuel Clayton abandonó
Puerto Egmont, cumpliendo con el compromiso efectuado y aceptando la soberanía
hispana.
Desde el mencionado
año, en que izó su pabellón en el archipiélago, España ejerció su autoridad a través
de un gobernador. La sede administrativa se encontraba en Montevideo, en un edificio de dos pisos que aún existe.
Los británicos no volvieron
a hacer acto de presencia oficial en las islas, ni a reclamar por las acciones
soberanas españolas, que fueron continuas hasta 1811.
Recién en 1833
volverán a la carga para reclamar la propiedad de las islas.
FUENTES:
1-
Juan Lucio Almeida. Revista Todo
es Historia N°20.
2-
Laurio H. Déstefani Crónica
Documental de las Malvinas.
3-
Hugo Gambini. Crónica Documental
de las Malvinas.
Gobernadores anteriores a la ocupación británica
Españoles:
- Capitán de
navío Felipe Ruíz Fuente (1767- 1773).
- Capitán de
infantería Domingo Chauri (1773 – 1774).
- Capitán de
Fragata Francisco Gil de Lemos y Taboada
( 1774 – 1777).
- Teniente de
navío Ramón de Carassa y Souza (1777- 1779).
- Teniente de
navío Salvador Medina y Juan (1779
– 1781).
- Teniente de
fragata Jacinto Mariano del Carmen
Altolaguirre (1781- 1783).
- Capitán de
navío Fulgencio D. Montemayor (1783 – 1784).
- Teniente de
navío Agustín de Figueroa (1784- 1785).
- Capitán de
fragata Ramón de Clairac y Villalonga (1785 – 1786).
- Teniente de
navío Pedro de Mesa y Castro (1786 – 1787).
- Capitán de
fragata Ramón de Clairac y Villalonga (1787 – 1788).
- Teniente de
navío Pedro de Mesa y Castro (1788
– 1789).
- Capitán de
fragata Ramón de Clairac y Villalonga (1789 – 1790).
- Teniente de
navío Juan José de Elizlade y
Ustariz (1790 – 1791).
- Capitán de
fragata Pedro Pablo Sanguineto (1791- 1792).
- Teniente de
navío Juan José de Elizalde y Ustariz
(1792 – 1793).
- Capitán de
fragata. Pedro Pablo Sanguineto (1793 – 1794).
- Teniente de
navío José de Aldana y Ortega (1794
– 1795).
- Capitán de
Fragata Pedro Pablo Sanguineto
(1795 – 1796).
- Teniente de
navío José Aldana y Ortega (1796 – 1797).
- Teniente de
navío Luis Medina y Torres (1797 – 1798).
- Capitán de
fragata Francisco Xavier de Viana y Alzaibar (1798 – 1799).
- Capitán de
fragata Luis Medina y Torres (1799 – 1800).
- Capitán de
fragata Francisco Xavier de Viana y Alzaíbar (1800 – 1801).
- Teniente de
navío Ramón Fernández y Villegas (1801 – 1802).
- Teniente de
navío Bernardo de Bonavía (1802 – 1803).
- Teniente de
navío Antonio Leal de Ibarra y Oxinando (1803 – 1804).
- Capitán de
fragata Bernardo de Bonavía (1804 –
1805).
- Teniente de
navío Antonio Leal de Ibarra y Oxinando (1805 – 1806).
- Capitán de
fragata Bernardo de Bonavía (1806 –
1808).
- Primer
piloto particular Gerardo Bordas
(1808 – 1810).
- Segundo
piloto de número de la Real Armada
Pablo Guillén Martínez (1810 – 1811).
Representantes argentinos:
1. Coronel de Marina David Jewett (1820 – 1821).
1. Coronel de Marina David Jewett (1820 – 1821).
2. Teniente
Coronel Guillermo Mason (1821).
3. Capitán
de Milicias Pablo Areguatí (1824).
Gobernadores argentinos:
1. Luis Vernet (1829 – 1832), sucedido interinamente por el comandante Mestivier.
Gobernadores argentinos:
1. Luis Vernet (1829 – 1832), sucedido interinamente por el comandante Mestivier.
2. Mayor coronel
de marina José María Pinedo (1832 – 1833).
3. Juan
Simón (interino) (1833).
Las convulsiones del mundo se filtran
en Malvinas
Con el avance del siglo XIX,
se van extendiendo las convulsiones sociales y políticas iniciadas con la
independencia de las colonias británicas de América y la Revolución Francesa.
La invasión napoleónica de la
península ibérica generó un vacío de poder que intentó ser utilizado por el
Reino Unido. Los dos intentos de invadir a Buenos Aires terminaron en fracaso,
pero las Malvinas fueron una especie de premio consuelo, que se convirtieron en
la cabeza de playa de toda la Patagonia.
La transición entre
el siglo XVIII y el XIX, encuentra a la
sociedad isleña en una aletargada rutina de administraciones que se van sucediendo
anualmente al frente de las dependencias españolas.
En 1799, se hizo cargo de
las islas el primer gobernador criollo, el montevideano Francisco Xavier de
Viana. Entonces,
la dotación estaba
compuesta de 127 personas: once oficiales de mar, veintiocho infantes de
marina, veintiocho artilleros, dieciocho marineros, treinta grumetes y un paje.
El ganado había descendido a un millar y medio de cabezas (1).
La vida se desenvolvía entre
las tareas cotidianas, la caza ocasional y la concurrencia a misa. Las guardias
y ejercicios de artillería entretenían a la tropa, los marinos reparaban los
velámenes y cascos de las naves, y en ocasiones navegaban entre las islas.
Las casas y edificios
estaban en un estado ruinoso y había deficiencias –informadas por Viana en 1801- en las tres baterías que se habían establecido
como línea defensiva. La capital contaba
con veintiséis edificios, de los cuales doce eran de piedra y el resto de adobe.
Producida la Revolución de
Mayo, una junta realista, reunida en Montevideo, resolvió reagrupar las fuerzas
y evacuar al lejano destacamento de la isla Soledad.
El 13 de febrero de
1811, los españoles abandonaron el archipiélago encabezados por quien había
ejercido la gobernación el último año. Pablo Guillén dio cumplimiento a la evacuación,
hizo embarcar cañones, armas y papeles de archivo. Además, ordenó construir una
placa que colocó en el campanario de la Real Capilla de Malvinas, con la siguiente
inscripción: "Esta isla con sus Puertos, Edificios, Dependencias y
quanto contiene pertenece a la Soberanía del Sr. D. Fernando VII Rey de España
y sus Indias, Soledad de Malvinas 7 de febrero de 1811 siendo gobernador Pablo
Guillén".
Colocó la misma leyenda en los portales de los principales edificios” (2).
Desde 1767 a 1811, España
ejerció su soberanía a través de veinte gobernadores, los cuales cumplieron
treinta y dos períodos de gobierno manteniendo la colonia, el presidio y el puerto.
Las invasiones
inglesas de Buenos Aires, de 1806 y 1807, dieron indicios de un cambio de
actitud de parte del imperio británico. La derrota que le propinaron los
porteños los obligó a buscar otros puntos débiles para poder asentarse en la
región austral.
El gobierno de
Buenos Aires encomendó la misión de ejercer la soberanía sobre Malvinas a David
Jewett, un norteamericano que prestaba servicios a la causa emancipadora
“animado de la justa idea de la libertad” (3).
Desde 1815, con su
bergantín había realizado una guerra de corso, hostigando a los buques que
comerciaban con las ex colonias. La captura de cuatro navíos, le permitió ganarse la confianza de los patriotas.
Jewett arribó a las
islas y, el 2 de noviembre de 1820, dirigió un oficio a una quincena de navíos
que se encontraban cazando en las inmediaciones, informándoles que había “llegado
a este puerto comisionado por el supremo gobierno de las Provincias Unidas de
Sudamérica, para tomar posesión de las islas en nombre del país a que estas
pertenecen por ley natural”. Luego, les advirtió que uno “de los objetos
principales de mi cometido es evitar la destrucción desatentada de las fuentes
de recursos”. Firmando como “coronel de
la Marina” y “comandante de la fragata Heroína” (3).
El día 6, con la
presencia de James Wedell y otros loberos, con sus oficiales de gala y su
tripulación formada, el enviado del gobierno criollo hizo disparar los cañonazos
de práctica e izó la bandera argentina.
Permaneció allí
hasta el 13 de mayo de 1821, como gesto de reafirmación de la soberanía nacional.
La Heroína tenía
475 toneladas, contaba con 34 cañones y
una tripulación que superaba los doscientos hombres. Parte de ellos eran
ingleses desertores de naves mercantes, un grupo de presidiarios y en su
mayoría criollos, al mando del capitán Laureano Anzoátegui. Esta descripción fue
posible gracias al testimonio del explorador James Wedell, quien se presentó
ante Jewett a ofrecer sus servicios de práctico, los que fueron aceptados (3).
El famoso navegante
inglés relató en sus memorias la impresión que le causó el aspecto castigado de
la nave, la mortandad que había afectado a su tropa y la energía de su
comandante; quien se veía obligado a vivir con su arma al cinto y dormir alerta
en previsión de motines.
Finalmente, cansado
de tantas adversidades, Jewett pidió su relevo. Buenos Aires aceptó su pedido y
nombró en su lugar al teniente coronel Guillermo Mason.
El norteamericano
permaneció dentro de las filas nacionales un año más, para pasar luego a
combatir contra los portugueses en la zona de Pernambuco, en Brasil, donde fue
nombrado jefe de división y luego condecorado.
Dos países y la misma prepotencia
En 1829, se creó la
Comandancia Civil y militar del archipiélago y el gobierno porteño nombró
gobernador a Luis Vernet, un comerciante nacido en Hamburgo, quien se traslada
al lugar con su familia y una veintena de colonos ingleses y alemanes.
Luego se promulgó
un decreto que en uno de sus párrafos decía: "Cuando por la gloriosa
revolución del 25 de mayo de 1810 se separaron estas provincias de la
dominación de la metrópolis, la España tenía una posesión material en las Islas
Malvinas, y de todas las demás que rodean al Cabo de Hornos, incluso la que se
conoce bajo la denominación de Tierra del Fuego, hallándose justificada aquella
posesión por el derecho del primer ocupante, por el consentimiento de las
principales potencias marítimas de Europa y por la adyacencia de estas islas al
continente que formaba el Virreinato de Buenos Aires, de cuyo gobierno
dependían..." (4)
En 1831, se produjo
un incidente con tres pesqueros norteamericanos. El gobernador de Malvinas les
exigió cumplir los reglamentos sobre pesca de anfibios, que era realizada de
forma indiscriminada, y el pago por derecho de anclaje, que era sistemáticamente
eludido por balleneros y cazadores especialmente ingleses y norteamericanos.
Vernet viajó
a Buenos
Aires con la incautada goleta Harriet, con
el fin de someter el caso al fallo del Tribunal de Presas. En dicha ocasión, el cónsul
norteamericano desconoció el derecho argentino a reglamentar la pesca en las
Malvinas.
Pero, la agresión
norteamericana no se detuvo allí. A fines de ese año, la corbeta de guerra
Lexington incursionó en Puerto
Soledad, comandada por el capitán Silas Duncan. La tripulación saqueó bienes
y propiedades, destruyó las instalaciones de artillería, y veinticinco
pobladores fueron conducidos prisioneros a Montevideo,
en un unilateral acto de guerra (4).
La acción cometida
por Duncan causó conmoción en Buenos Aires. El encargado de negocios
norteamericano Francis Baylies, siguiendo instrucciones de su gobierno,
exigió la desautorización de Vernet, la devolución de los bienes incautados por
él, y el pago de una indemnización. A su vez, puso en duda la legitimidad de
los títulos de soberanía argentina. Ante tales circunstancias, el
gobernador, Juan Manuel de Rosas, lo declaró "persona
no grata" y le extendió el pasaporte correspondiente para que regrese a su
país.
Después de ese
ataque, Vernet fue sucedido por Mestivier como gobernador y luego
por José María Pinedo.
Al anterior incidente,
se sumó la incursión británica comandada por John Onslow, en enero de 1833, con
las fragatas Clío y Tyne, que ocupó las instalaciones y
asumió el control de las islas. Matthew Brisbane fue designado gobernador y se izó la Union
Jack.
Quien hizo entrega
de las instalaciones argentinas fue el teniente coronel Pinedo, quien fue el
encargado de llevar a Buenos Aires la noticia.
Onslow, según
informó Pinedo, en el momento de su desplazamiento, había sostenido lo
siguiente: “Debo informaros que he recibido órdenes de Su Excelencia el
Comandante en Jefe de las Fuerzas Navales de Su Majestad Británica fondeadas en
América del Sud, para hacer efectivo el derecho de soberanía de Su Majestad
Británica sobre las islas Falkland siendo mi intención izar mañana el pabellón
de la Gran Bretaña en tierra, os pido tengáis a bien arriar el vuestro y
retirar vuestras fuerzas, con todos los objetos pertenecientes a vuestro
gobierno. Soy, Señor, vuestro muy humilde y obediente servidor” (4).
Ante el arbitrario
acto colonialista, las autoridades de Buenos Aires ordenaron al ministro
Vicente Maza formular los reclamos del caso ante el encargado de negocios
inglés. Este no respondió más que un acuse de recibo y una breve declaración en
la que manifestó no estar al tanto de los acontecimientos denunciados.
En junio, Argentina
presentó una protesta formal a través de su ministro plenipotenciario en
Londres, Manuel Moreno, que no logra modificar en lo más mínimo la decisión
británica.
La importancia
estratégica que alcanzaba el tráfico naviero austral era más importante que
cualquier argumentación jurídica. Los pasos bioceánicos conservarían durante setenta
años más el monopolio de la comunicación marítima entre Oriente y Occidente, hasta
que fue inaugurado el canal de Panamá.
REFERENCIAS:
1-
Lauro H. Destefani. La Prensa, 1/9/1968.
2-
Juan Lucio Almeida. Revista Todo
es Historia N°20.
3-
Lauro H. Destefani. La Prensa,
1/11/1970.
4-
Hugo Gambini. Crónica Documental
de las Malvinas
El polémico suceso protagonizado por Antonio Rivero
El 26 de agosto de
1833, un grupo de gauchos liderado por Antonio Rivero dio muerte a cinco
colonos. Este hecho fue considerado en primera instancia como un hecho
criminal, pero otras versiones lo presentaron como una heroica rebelión.
Entre la población
radicada en Puerto Soledad, se encontraba este entrerriano que había sido contratado
por Vernet para trabajar como peón en su establecimiento de campo. La vida en
las islas era durísima y quienes más sufrían las consecuencias eran los peones,
que tenían una jerarquía apenas superior a la de los esclavos negros.
Fue testigo de las arbitrariedades
de norteamericanos e ingleses y, según algunos historiadores, la indignación producida
por esos ataques obró como motivación para que Rivero, junto a cinco indígenas
y dos gauchos, matara a Mateo Brisbane (mayordomo inglés y piloto de los barcos
de Vernet), William Dickson (almacenero del establecimiento de Vernet), Juan
Simón (capataz del establecimiento), Ventura Pasos (empleado de Vernet) y
Antonio Wagner (poblador alemán que acompañaba a Dickson en el momento del crimen).
En 1966, la
Academia Nacional de Historia dio cuenta de que toda la documentación existente
sobre el incidente era de origen británico y, en función de su contenido,
sostuvo que “No se desprende que un móvil patriótico impulsara a estos hombres
a dar muerte al delegado y gente enviada por Luis Vernet, luego de cometida la
usurpación de las islas (…) No eran las víctimas por lo tanto soldados o
marinos británicos, sino empleados del ex comandante (…) El móvil según se
desprende de la prevención sumaria abierta (…) fue que Rivero y los suyos
recibían como paga no dinero británico, sino billetes papel para uso en el
establecimiento de Malvinas…” (1)
El pronunciamiento
apuntó a la existencia de antecedentes como el asesinato del comandante
Mestivier, ocurrido semanas antes del asalto británico, que “nos muestran a
Rivero bajo una faz en la que el patriotismo y el coraje nada tienen que ver”.
Los británicos,
cuando se enteraron de los crímenes cometidos por los ocho argentinos, decidieron
deportarlos a Montevideo.
REFERENCIAS:
1-
Juan Lucio Almeida. Antonio
Rivero, el gaucho de las Malvinas. Revista Todo es Historia Nº20
Confesiones reservadas
En 1928 el
embajador británico en Buenos Aires, sir Malcolm A. Robertson señaló en una
carta privada que "las reclamaciones argentinas a las islas Falkland en
ninguna forma son sin fundamentos", e insistía en otro documento que
"el caso inglés no es lo suficientemente fuerte como para afrontar una
controversia pública".
En 1930, se pudo
leer en la página 390 de la obra The
canons of international law: "Los británicos ratearon las Falkland en
1833", y en 1936 el consejero legal de la cancillería inglesa, George
Fitzmaurice, señaló: "Nuestro caso posee cierta fragilidad" y
aconsejaba lo que finalmente se hizo: "Sentarse fuerte sobre las islas,
evitando discutir, en una política para dejar caer el caso".
El duque de
Wellington, primer ministro, había
escrito en 1834: "he revisado todos los papeles relativos a las Falklands. De ninguna manera encuentro
claro que alguna vez hayamos sido titulares de la soberanía de dichas
islas".
FUENTES:
Claudio
García. De Américo Vespucio a Alfredo Palacios, http://www.appnoticias.com.ar
(3/1/2012).
Teatro de operaciones
de la Primera Guerra Mundial
Durante la Primera
Guerra Mundial el espacio marítimo aledaño al archipiélago se convirtió en
teatro de operaciones del megaenfrentamiento bélico.
Las batallas por el
control de los mares se incrementaron hasta alcanzar las aguas australes.
El primer acto se
produjo en el Pacífico. La denominada batalla de Coronel se libró, el 1° de
noviembre de 1914, frente a las costas de la VIII Región chilena, y la armada
alemana destruyó una parte importante de la flota inglesa.
Más tarde, la
escuadra alemana -integrada por los acorazados Scharnhorst y Gneisenau,
y los cruceros ligeros Leipzig, Dresden y
Nürnberg- pasó al Atlántico, con el propósito de asestar un golpe decisivo.
El almirante Von Spee sabía que en las islas Malvinas estaba el puerto
logístico británico y proyectó un ataque destructor. Pero, al aproximarse, se
llevó la sorpresa de encontrarse con la formidable escuadra del almirante
Sturdee, que había llegado recientemente y, el 8 de diciembre de 1914, le
propinó una rotunda derrota. La destrucción de la flota alemana fue casi total
y las cuantiosas bajas alcanzaron hasta al propio almirante Von Spee.
Sólo se salvó el Dresden, que recibió la orden de alejarse
prematuramente de la escena del combate. El acorazado inició entonces una fuga
llena de vicisitudes. Perseguido por navíos ingleses, permaneció durante tres
meses escondido en los vericuetos de los canales australes, siendo asistido por
residentes de Punta Arenas que simpatizaban con la causa germana.
Pero, el 14 de
marzo de 1915, los acorazados Kent y Glasgow, junto al crucero auxiliar Grama, se aprestaron a terminar con cien días de persecución por los
dos océanos. Al ver que el Dresden
era una presa segura de los ingleses, el comandante ordenó abandonar el buque y
lo mandó a pique, en la bahía Cumberland de la isla de Juan Fernández.
FUENTES: Revista
Impactos, Nº76. Punta Arenas 6/1/96.
**************************************************************
Una cabeza de playa de toda la Patagonia
A partir de la exitosa
implantación ovina, los ingleses pusieron su mira sobre toda la Patagonia. Muchos
kelpers cruzaron al continente para
convertirse en terratenientes y mantuvieron relaciones comerciales, amistosas y
familiares con los malvineros.
En la segunda mitad del siglo
XX, un auspicioso intercambio comenzó a incrementar la dependencia con nuestro
país, especialmente en combustibles y conectividad aérea. Estos vínculos
contaban con la oposición de la Falkland
Company y el beneplácito de los pobladores de las islas.
Pocos años después
de la arbitraria ocupación, los británicos le encontraron una utilidad
adicional a la posesión del archipiélago. El auge de la industria textil
británica requería de nuevas fuentes de aprovisionamiento de materias primas baratas.
El hecho de que el clima no fuera muy distinto al de ciertas zonas de Escocia,
hizo que surgiera la idea de efectuar una prueba piloto con ganado ovino. La
fácil adaptación que se logró, comenzó a transformar a las islas en una
verdadera cabeza de playa de la inmensidad patagónica argentino – chilena. El
propósito primario era extender la producción lanera y generar poderosas
dependencias económicas que, a mediano plazo, planteara una posible anexión territorial.
El gobierno chileno fue precursor en alentar el asentamiento de
explotaciones agropecuarias en el extremo sur de su territorio. En 1893, la
Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego se benefició con una concesión de más
de un millón de hectáreas, copando prácticamente la totalidad de las tierras
aptas en el vecino país.
La iniciativa
magallánica fue emulada rápidamente del lado argentino. Las instrucciones dadas a Carlos María
Moyano -primer gobernador de Santa Cruz- por el ministro del Interior Bernardo
de Irigoyen señalaban: "Se faculta al gobernador para preparar y convenir
arrendamientos del suelo con los habitantes de las islas Malvinas y los de la
costa septentrional del estrecho de Magallanes que los han solicitado, o
cualquiera otro" (1).
En enero de 1885,
se firmó con H. P. Wood y Compañía el primer contrato del nuevo sistema de
colonización, que le permitió a la firma obtener doscientas mil hectáreas de la
ignota tierra santacruceña. La sociedad estaba conformada por las familias de
origen inglés Wood, Waldron y Greenhilds, radicadas en Punta Arenas.
El primero en
poblar la zona fue William Halliday, un escocés que había llegado a las
Malvinas a la edad de diecisiete años y realizó allí trabajos agropecuarios durante
dos décadas. Arribó, junto a su esposa y seis hijos, en agosto de 1885, al
valle del río Gallegos para convertirse en hacendado. Para la incorporación de
animales, se dirigió hacia la costa del estrecho, para comprarle a José
Menéndez setecientas ovejas para su estancia Hill Station (2).
Luego de los
Halliday arribaron nuevos malvineros, pero también alemanes, españoles y otros directamente
desde Gran Bretaña. Entre los apellidos de las primeras familias pioneras de la
ganadería se encontraban Rudd, Eberhard, Rivera, Flton, Montes, Jamieson,
Fernández, Mc George, Hamilton y Saunders.
Punta Arenas se erige en la capital ganadera austral
La capital
magallánica se convirtió en el centro de las operaciones de la ocupación
territorial de la Patagonia austral, permitiendo a los capitales de origen
británico y sus satélites “controlar simultáneamente la producción y
distribución de los productos ganaderos en los mercados del Atlántico y del
Pacífico” (3).
La estrecha relación que se estableció desde el inicio entre el extremo
sur de Chile y el de la Argentina hizo que muchos de los colonos procedentes de
Magallanes fueran considerados pioneros en Santa Cruz, como también lo habían
sido, tiempo antes, en la región trasandina. Varios de ellos tenían propiedades
en Chile y luego usufructuaron otras en la Argentina, alternando su residencia a
ambos lados de la frontera.
Los primeros pobladores blancos de Santa Cruz fueron extranjeros, grupos
ligados por amistad, origen o vínculos económicos anteriores. Tenían, en su
mayoría, experiencia previa en la economía ganadera y establecieron relaciones solidaras entre ellos creando “un
fuerte espíritu de cuerpo, afianzado en algunos casos por matrimonios y
asociaciones económicas. Estos dos últimos factores se presentaron en la clase
propietaria a través de lazos de capital y de familia” (1).
En la isla Grande,
capitales asentados en la capital magallánica se apropiaron de las tierras
públicas, aumentando las tenencias que simultáneamente tenían en Santa Cruz y
en el sur de Chile. Entre los primeros propietarios se destacan José Menéndez,
Mauricio Braun, Alejandro y José Menéndez Behetty y Sara Braun de Nogueira,
dueños de las más importantes estancias ovinas del sur patagónico.
Un artículo de 1892
publicado en El Diario del Río de la
Plata, informó que “Santa Cruz se ha hecho mucho más famosa a partir de
1886, ya que gran cantidad de ovejeros de las islas Malvinas (…) se instalaron
cerca de la boca del río y a lo largo de la costa que sigue hasta Gallegos.
Hace diez años esa costa estaba totalmente deshabitada, sin otra señal de vida
que los guanacos. Hoy hay estancias, la mayor parte de ellas de ingleses, a lo
largo de las 240 millas que hay entre Santa Cruz y Punta Arenas”.
La Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego,
en 1931, había llegado a reunir como propias más de 1.600.000 hectáreas,
ocupando de hecho otras 490.000, y participaba, en calidad de accionista
importante, en otras nueve compañías ganaderas entre las que se contaban la Southern
Patagonia Shepp Farming Company, la Sociedad
Cerro Palique, la Sociedad
Anónima Ganadera y Comercial Sara Braun y la The San Julian Shepp
Farming Company.
José Menéndez
accedió a la concesión de una importante superficie de tierras al sur y norte del
río Grande, constituyendo, en 1899, las estancias Primera Argentina y Segunda
Argentina. Poseyó además distintas empresas comerciales, frigoríficas, aserraderos,
navegación, de telecomunicaciones y energía eléctrica, ubicadas en distintos
puntos de Tierra del Fuego, Chubut, Santa Cruz y Magallanes como Sociedad Anónima Ganadera Comercial
Menéndez-Behety, esta firma llegó a reunir más de 660.000 hectáreas (3).
Ambos grupos
económicos fueron fusionando sus actividades y sus enormes extensiones
latifundistas prosperando en medio de la asociación y funcionalidad a los
intereses anglo-sajones.
Un siglo de vínculos
comerciales y familiares
Las relaciones
económicas fueron muy estrechas desde el comienzo de la incorporación de la
Patagonia a la producción ovina. Pero el desarrollo y los capitales acumulados
por los estancieros fueron tan colosales, que las unidades productivas
ganaderas que se fueron gestando en el continente adquirieron una dinámica
propia.
Las estancias originarias
pasaron a conformar grandes corporaciones con una diversificación notable de
sus actividades, en muchos casos con carácter monopólico, dejando en el pasado
el estadio de economía subsidiaria de las Malvinas. Mientras la producción
ovina argentino chilena continuaba expandiéndose, la actividad en las islas se
mantuvo por muchos años en un marco de aislamiento y parsimoniosa evolución.
La dinámica económica fue planteando nuevos horizontes, no obstante, los
vínculos no se limitaron al menguado intercambio mercantil, también se vieron
influenciados por las relaciones que se establecían con el archipiélago por el
andarivel religioso.
Los anglicanos se habían instalado en las islas desde la ocupación
británica y desde allí pegaron el salto hacia Tierra del Fuego, Magallanes y
Patagonia, primero con un afán evangelizador de los nativos y luego acompañando
a los connacionales que migraban.
Los salesianos, desde 1875, se instalaron en Malvinas y también participaron
de los circuitos que se fueron gestando.
Por otra parte, la migración dejó en pie lazos familiares que perduraron
más allá de las fronteras políticas instaladas.
Sara Shuterland, una antigua pobladora de Río Grande, cuenta que su padre llegó desde Escocia, en 1903, y
su madre desde Malvinas. También la familia del ex intendente, diputado (m.c.)
y actual concejal Esteban “Chiquito” Martínez fue otro exponente de los lazos
que se establecieron entre ambas playas atlánticas.
Comienza una década de fructífera confraternidad
Por mucho tiempo, la única conexión regional de los
malvineros fue un viejo navío denominado Darwin, que unía una vez por mes a las
capitales de Malvinas y Uruguay.
Hasta que el 15 de febrero de 1971, la aeronave Albatros,
perteneciente al Escuadrón de Tareas Especiales de la Base Militar Tandil,
amerizó por primera vez en la bahía frente a Puerto Argentino para realizar una
evacuación sanitaria rumbo a Comodoro Rivadavia.
Esa emergencia
originó una nueva vía de comunicación para los malvineros. A mediados de ese
año, ya se efectuó un vuelo con pasajeros hacia las islas.
Simultáneamente, se
firmó la Declaración Conjunta de Buenos Aires, entre Argentina y el Reino
Unido, donde se habilitó la conexión aérea con nuestro país.
El año siguiente se inauguraron los vuelos regulares
de la Línea Aérea del Estado (LADE) desde Comodoro Rivadavia hasta la capital
de las Malvinas, manteniendo una frecuencia quincenal. Esos vuelos se llevaron
a cabo con hidroaviones que concretaron un total de treinta vuelos, con una
capacidad de transporte de entre seis y ocho pasajeros, hasta que se construyó una
aeropista.
En mayo de 1972,
arribó a Puerto Argentino el navío ARA Cabo San Gonzalo con equipos, materiales
y personal argentino para concretar la obra acordada. Unas semanas después, el velero
Fortuna de la Armada Argentina visitó las islas y fue bien recibido por las
autoridades y la población.
A partir de este
nuevo estatus se creó una Comisión
Consultiva Especial Mixta, con sede en la capital malvinera, para poder
consensuar acciones comunes en beneficio de la población residente y del acceso
de los argentinos a las islas.
También, se
estableció un documento especial de identidad (sin mención de la nacionalidad
del titular) para los que decidieran emprender el traslado desde las islas
hacia el continente, que serían además beneficiados con la exención de tributos.
Los británicos se hacían cargo del transporte marítimo regular y los argentinos
garantizarían la conexión aérea.
Junto a la
construcción del aeródromo, se ponían en práctica diversas medidas para
facilitar el comercio y las comunicaciones postales, telefónicas y
telegráficas; como también apoyos y auxilios en materia educativa y sanitaria. Simultáneamente,
se instalaron las empresas estatales
argentinas YPF y Gas del Estado, para aprovisionar de combustibles a los malvineros,
generando una positiva dependencia hacia los intereses nacionales.
Al concluirse las
obras del aeródromo, en noviembre, LADE estableció un servicio semanal con aparatos Fokker Friendship que aseguró el enlace aéreo con el archipiélago y
permitió romper su secular aislamiento.
Estos vuelos
regulares se mantuvieron hasta el 31 de marzo de 1982 y mientras estuvieron
activos llevaron a cabo 1.515 trayectos aéreos, transportando 21.597 pasajeros
y 465.763 kilogramos de carga, insumiendo 3.553 horas de vuelo.
Como muestra del progreso
que experimentaban las relaciones con los habitantes de las islas, en 1974, tres
estudiantes secundarios fueron premiados por la Fuerza Aérea Argentina con un
viaje a las islas, a raíz de una monografía ganadora de un concurso.
El diario La Nación (4) publicó una extensa
crónica referida a la visita efectuada por los jóvenes a las Malvinas. A su regreso,
expresaron que “nos dimos cuenta de que el malvinense no se considera súbdito
británico ni ciudadano argentino, sino malvinense. Y casi todos lo son de
segunda o tercera generación, aunque en su mayoría descienden de escoceses”.
En otro párrafo
sostuvieron que “sienten el abandono en que los ha sumido Gran Bretaña”,
advierten que la Falkland Islands Company
“tiene una influencia asfixiante en su economía” por el monopolio que ejerce en
el comercio. En cuanto a la Argentina, “están agradecidos” por haberlos sacado
de su aislamiento a través de la Fuerza Aérea. “El pequeño grupo de argentinos
que viven en Malvinas (algo más de una docena de personas) está realizando una
labor diplomática formidable” en el trato diario con los malvinenses (4).
También aportaban a ese fin las facilidades para que algunos jóvenes puedan
estudiar en nuestro país y la instalación allí de las empresas del estado
argentino.
REFEERENCIAS:
1-
Rosario Güenaga. La inmigración colonizadora en Santa Cruz entre fines del siglo XIX y
principios del XX.
2-
José S. Borrero Rivera. Ovejas
para la Patagonia. Todo es Historia Nº366.
3-
Susana
Bandieri. Del discurso poblador a la praxis latifundista:
la distribución de la tierra pública en la Patagonia.
4-
Diario La Nación ,14 de julio de 1974
Irrupciones aéreas en
Malvinas
El 8 de septiembre
de 1964, en momentos que se iniciaba un debate sobre el tema en las Naciones
Unidas, Miguel Fitzgerald sobrevolaba la isla Soledad y aterriza en un precario
campo deportivo de la capital. El “aviador solitario”, como se lo conoció en la
prensa, tripuló un pequeño avión Cessna monomotor que en unas tres horas de
vuelo unió la costa patagónica con las Malvinas.
Fitzgerald, de
ascendencia irlandesa, fue el primer argentino en volar a las islas y plantar
la bandera nacional. Se presentó ante un ocasional testigo y entregó una carta
dirigida al entonces gobernador de las islas. La proclama fue leída más tarde
por el funcionario inglés en una emisora local y el pabellón fue depositado en
el museo local.
Fitzgerald
expresaba en ese documento que como ciudadano argentino cumplía una misión “que
está en el ánimo y la decisión de veintidós millones” de compatriotas y
comunicaba “la irrevocable determinación de quienes, como yo, han dispuesto
poner término a la tercera invasión inglesa a territorio argentino”.
Luego, regresó al
continente. Su acción alcanzó de inmediato notable repercusión, la delegación
británica en las Naciones Unidas protestó por la incursión.
El 28 de septiembre
de 1966, un avión DC-4 de Aerolíneas Argentinas, que cubría la ruta Ezeiza -
Río Gallegos - Río Grande - Ushuaia, fue secuestrado en vuelo, en las proximidades
de San Julián, por un grupo armado que
lo obligó a dirigirse a las islas.
El autodenominado Comando
Cóndor estaba constituido por 23 integrantes y era encabezado por Dardo Manuel
Cabo.
El avión aterrizó
en la capital malvinera, al descender los activistas desplegaron banderas
argentinas y leyeron una proclama. Algunos isleños creyendo que se trataba de
una emergencia, se acercaron al avión a fin de prestar ayuda y fueron tomados
prisioneros.
Posteriormente
aparecieron otros pobladores armados y un reducido grupo de defensa local. Tras
diversas tratativas, liberaron a los prisioneros, y los pasajeros, tripulación
e integrantes del comando nacionalista se
entregaron a las autoridades locales.
Entre los pasajeros
se encontraba el contralmirante (R) José María Guzmán, por entonces gobernador
del Territorio Nacional de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico
Sur.
Tras la rendición y
detención, el transporte Bahía Buen Suceso se dirigió a las Malvinas para llevar
a todos hacia Ushuaia, quedando el comando a cargo de personal policial.
Entre los pasajeros
del avión también se encontraba Héctor Ricardo García, propietario del diario
Crónica, quien había sido advertido de la operación que se iba a realizar y se
sumó al vuelo.
(Publicado en El
Diario del Fin del Mundo, el 2 de mayo de 2012)
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