Si bien las incursiones de exploradores, aventureros,
buscadores de oro y estancieros fueron dejando innumerables víctimas entre los
nativos fueguinos, la matanza consumada este día alcanzó relevancia por ser la
primera llevada a cabo por militares argentinos y por los testimonios que
quedaron del injustificado derramamiento de sangre. También, dejó evidenciado
el desprecio por los pueblos originarios que imperaba entre los que patrocinaron
la “Conquista del Desierto”
Por Bernardo Veksler
Como
parte del frenesí instalado entre los gobernantes y la aristocracia porteña por
ocupar los “desiertos” territorios de los pueblos originarios, el general Julio
Argentino Roca designó al capitán Ramón Lista como jefe de
la Expedición
Exploradora de la
Tierra del Fuego.
Cinco años antes, se había firmado un
tratado con Chile que delimitaba a grandes rasgos la frontera entre ambos estados.
Así, cada país se quedó con una porción de la isla Grande de Tierra del Fuego.
En 1884, la expedición comandada por el
comodoro Augusto Lasserre había instalado el “Faro del Fin del Mundo” en la isla
de los Estados y la subprefectura fundacional de Ushuaia.
Lista partió de Buenos Aires, en el
transporte “Villarino”, el 31 de octubre de 1886. El contingente estaba
integrado por 25 militares, el médico Polidoro Segers y el salesiano José
Fagnano.
El 24 de noviembre, el navío arribó a la
bahía de San Sebastián y los militares se aprestaron para el desembarco.
En la mañana siguiente, Lista y su gente se
dispusieron a explorar la región. En medio de la recorrida encontraron a un
grupo de selk´nam y, sin muchas razones, intentaron tomarlo prisionero. Ante la
resistencia de los fueguinos, el militar ordenó entonces a sus hombres abrir
fuego y se desató la matanza.
El propio Lista, en un texto escrito dos
días después, informó al presidente Miguel Juárez Celman de su “victorioso” operativo
para despejar un potrero en San Sebastián: “después de un ligero tiroteo, el matorral fue desalojado quedando en
nuestro poder algunos prisioneros, mujeres en su mayor parte”.
En su libro “Viaje al país de los onas”
relató que "después de algunas descargas de carabinas, el matorral quedo a
nuestro poder, y sobre las zarzas veintiocho muertos, entre ellos un ona
atlético, el jefe…” (Lista).
Después
del desigual combate regresó “al campamento general con los prisioneros tomados
de los cuales envío nueve a Buenos Aires en el transporte “Villarino” para ser entregados a quien
corresponda”.
Pero hubo otras versiones de los hechos: “El
comandante Supr dijo airado, que era una barbarie lo que hacen con los
fueguinos. Embarcó a dos criaturas en pañales a las que le mataron la madre,
ocho chicos, cinco mujeres heridas y varios hombres, algunos heridos otros no.
Aseguran personas dignas de fe que los indios se acercaron al personal de la
expedición sin aires de enemistad (…) A balazos primero y luego a sablazos
mataron a muchos: 14 hombres fueron hallados muertos, otros habrán muerto en el
bosque donde huyeron. Mujeres y niños tienen heridas, quien en la cabeza, quien
en el pecho. Fue una masacre que no se sabe explicar y menos cohonestar…”
(Enrique Inda. El exterminio de los onas).
Los salesianos tomaron distancia de la
masacre y relataron que Fagnano se enfrentó con Lista y le recriminó su
conducta criminal, la respuesta del capitán fue amenazarlo con hacerlo fusilar.
A partir del testimonio del doctor Segers
se pudo saber que “cuando pisaron tierra firme en San
Sebastián, y los 25 hombres de Lista y del capitán Marzano hicieron fuego sobre
los onas, dejando sobre la tierra fueguina 28 cadáveres, el sacerdote y el
médico se levantaron, coléricos, en nombre de la justicia y de la humanidad”
(Inda).
No fue la única matanza consumada por esta
expedición. El 11 de diciembre, en el cabo Peñas se repitió la historia: “Tomáronse
algunos prisioneros (mujeres y niños), quedando sobre las piedras dos indios
muertos…”.
Segers dejó su testimonio: “En fin, acribillado por las balas cayó el valiente y por conmiseración
fue ultimado con un tiro de revólver en el oído derecho. El reverendo Padre
Fagnano, -capellán de la expedición-, y yo, nos hemos hecho cargo de las
criaturas abandonadas y mientras seguía el tiroteo no podíamos menos que protestar
indignados contra este acto de crueldad que pasaba a nuestra vista sin que
pudiéramos impedirlo”.
Lista, luego de esta expedición, fue designado
gobernador de Santa Cruz, donde mantuvo concubinatos y tuvo varios hijos con
mujeres tehuelches.
Con el
paso de los años, la culpa del ocupante blanco por el exterminio de los nativos
fueguinos se fue haciendo visible y los legisladores determinaron que todos los
25 de noviembre se conmemore el “Día del Aborigen Fueguino”.
FUENTES:
Ramón Lista. Viaje al país de los
onas.
Enrique Inda. El exterminio de los
onas
Fernando M. Pepe,
Patricio Harrison y Miguel Añon Suarez. Fueguinos en el Museo de la Plata.
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Forasteros masacradores
Las incursiones de los “civilizados”
occidentales no aportaron muchos rasgos humanitarios a los seres humanos que
vivían en el archipiélago fueguino, desde hacía unos diez mil años.
Cuatro etnias lo habitaban. Los nómades
terrestres eran los selk´nam, en
el centro y norte de la isla, y los haush,
en el extremo sudeste. Los nómades canoeros eran los yámana, quienes habitaban las
costas del Beagle y el espacio insular hasta el cabo de Hornos, y los alacaluf,
que prosperaban en las costas del Pacífico austral.
Desde “los primeros viajeros, los buscadores de oro, los cazadores de ballenas y lobos marinos: todos
ellos causaron grandes depredaciones, los primeros asesinatos e instauraron la
costumbre de tomar prisioneras para convertirlas en sus mujeres”.
Los estancieros “organizaron escuadrillas de cazadores de indios y se
pagaba por cabeza, por pares de orejas, testículos o mamas. Emplearon varios
métodos de matanza como persecución directa, acecho con Winchester y perros
adiestrados, envenenamiento de ballenas varadas (para los nativos era una
fiesta social y gastronómica) e inclusive organización de festines con comida
envenenada”.
Los gobiernos
argentino y chileno, “en su apoyo al reclamo de los terratenientes”
llevaron “a cabo la verdadera política de genocidio y desaparición de los
pueblos nativos”.
La mentalidad de las autoridades estaba
imbuida de un gran desprecio por los pueblos originarios. El gobernador
fueguino Pedro Godoy lo demostró en una carta, del 20 de enero de 1897, dirigida
al presidente de la Nación, donde planteó las siguientes soluciones para el “problema”
de los nativos:
“Cuatro cosas pueden hacerse:
1ro.) Tomarlos y mantenerlos por cuenta de la nación.
2do.)
Exterminarlos por el hambre y la miseria, o por muerte violenta en la lucha
con la policía.
3ro.) Dejarlos en libertad de seguir su vida de depredaciones con perjuicio
de los intereses de privados.
4to.) Tomarlos y trasladarlos a otro punto.” (Inda, 2005).
Finalmente,
las misiones salesianas y anglicanas fueron funcionales al exterminio, los
concentraron y les impusieron sus pautas culturales, contribuyendo así a la
proliferación de enfermedades que devastaron a los pueblos originarios.
Después
de tantas décadas de aniquilación llevada a cabo por los forasteros, los
descendientes de los originarios, a través de la labor de la “Comunidad Aborigen Fueguina “Rafaela Ishton”, lograron la constitución de
una reserva donde han podido reencontrarse con la historia y cultura de sus ancestros.
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