A través de su voz perviven las etnias fueguinas
La cita era a las cinco, en su casa de Belgrano, un edificio de tres plantas sin ascensor. Una construcción de mediados del siglo pasado que resiste con gallardía el acorralamiento que le proponen las construcciones de la modernidad, es el sitio que la cobija cuando reside en Buenos Aires. En la tercera planta, me recibió con la misma amabilidad que recordaba de entrevistas anteriores, me indicó el lugar que había designado para conversar, debimos atravesar una sala con sus paredes adornadas de libros y su estudio con un gran escritorio en forma de ele donde se desplegaban ejemplares de conchas marinas, su notebook y algunos mamotretos anillados, que luego me diría que eran sus diarios y que estaba revisándolos.
El ambiente elegido para conversar era un espacio ganado a una terraza poblada de macetas y plantas, que gracias a sus cuidados sobrellevaban el verano porteño. En el luminoso ambiente sobresalía en una de las paredes la portada enmarcada de su libro sobre Darwin en Tierra del Fuego.
El costado de una mesa redonda se convirtió en el escenario de nuestro diálogo. Su menuda figura se acomodó en una silla frente a mí y comenzó a desgranar sus vivencias sobre las etnias fueguinas. Su dulce voz se apasiona con los recuerdos: “Lola sabía que era la única que podía dar a conocer los cantos selk`nam y, a pesar de su dolor por la pérdida de sus doce hijos, casi todos de adultos, tenía momentos de alegría. Ella trasmitía sus conocimientos con la idea de que eran para mi patrón, para ella todos tenían un patrón. No sabía que no lo tenía, el único que podía ser considerado así era (Claude) Levi Straus…, Lola decía que eran para los del norte, para los tehuelches que eran a los únicos que concebía en ese lugar”. Su voz se enternecía cuando describía su optimismo a pesar de las penurias vividas y cuando, en otro tramo de la charla se refirió a Ángela “ella recordaba que en el año 21 o 22 en la estancia Viamonte hubo una huelga de peones que reclamaban aumento de jornales, le pagaban seis pesos y, finalmente acordaron pagarles veinte, pero cuando cesó la huelga le pagaron cinco”.
Tenía preparado para obsequiarme su libro sobre el Hain, publicado recientemente en Santiago de Chile en el marco del Bicentenario. Allí, relata particularidades interesantes de su investigación y se exponen algunas de las fotografías que Martín Gusinde tomó a los nativos en unas de las últimas ceremonias rituales. Esa conmovedora ofrenda me sorprendió.
Con su español impregnado de acento francés e inglés, recordó a Cristina Calderón –última exponente de la etnia yagán- de Puerto Williams, y a su hermana Úrsula fallecida unos años atrás. “Siempre que estoy en Tierra del Fuego voy a visitarla”. El afecto que supo construir con los entrevistados permite imaginar su trato con Lola, Ángela, Federico o Garibaldi. “Su nieta casi todas las semanas me llama por teléfono, ahora está en Alemania investigando en los archivos de Gusinde, se casó con un alemán que vivía en Puerto Williams, tuvo un niño y se fue a Europa. Yo tenía unas fotos…” Se levantó a buscarlas, sus pasos temblorosos la llevaron a otra sala, demoraba porque no conseguía localizarlas, “pero las tengo en la computadora, ¿tiene tiempo para verlas?” Fuimos hacia su escritorio, mientras se lamentaba, “las había visto, las tuve conmigo…” Luego de una búsqueda por el ordenador, sorpresivamente se levantó y se marchó. “¡Acá están!”, había recordado donde las había dejado y venía a mi encuentro para mostrármelas. En ellas se veía a Cristina, a su nieta, su bisnieto y al alemán que había contribuido a engendrarlo. Nuevamente florecía la ternura del relato describiendo la foto.
También tuvo en su recuerdo a doña Enriqueta, “era muy buena, yo la quería…”. Me mostró una fotografía que tomó en la costa sur del lago Fagnano, donde se ve a la India Varela, a su último esposo, y a dos de sus hijos. “Con ella tiene que hablar, ella sabe mucho de las cosas que les contaba su madre. Trabaja en Gobierno”, y me mostró una foto actual de su descendiente.
Recordó a Garibaldi, “fue quien más se asimiló a la nueva vida. Pero quien era más inteligente y no se asimiló nunca era Federico Echelaine, siempre fue peón y fue un gran informante para mí. Él sabía los nombres de los cazadores de indios, había siete u ocho nombres que quedaron registrados en la historia como los asesinos…”
-¿Usted fuma?
- Si.
- Ah, entonces podré encender uno. Deje, le convido de los míos.
Su placer por el cigarrillo era una nueva sorpresa. “Sólo fumo cuatro o cinco cigarrillos por día…”
Habían pasado más de dos horas de charla, de relatos del Hain; de las diferencias entre los haush y los selk`nam, de que los primeros “eran más pacíficos” y los segundos más guerreros, por eso “los fueron acorralando en la península Mitre, pero también estaban en San Pablo, eran más antiguos en Tierra del Fuego”; de que tal vez Ángela o Garibaldi “hayan alcanzado tener defensas para soportar las epidemias”, por haber sobrevivido a pesar de los contactos que tuvieron con los blancos; de la “falta de humanidad de los estancieros”, de las matanzas y epidemias, y de sus nuevos proyectos editoriales.
El ambiente paulatinamente fue quedando en la penumbra, su entusiasmo por conversar no declinaba, pero presumí que podría llegar a estar cansada y sentí que había llegado la hora de la despedida, la cordialidad de siempre, y la sensación de que su afecto también dejó su huella en mí.
Al caminar y tomar distancia del edificio, me quedaba la sensación de estar rodeado por una especie de aureola que me acompañaba y aislaba del contexto que delineaban mis pasos. Es tan fuerte y conmovedora su pasión por esos vínculos que comenzó a construir en los años sesenta, que marcaron su vida y se constituyeron casi en familiares, que, a través de su voz y sus descripciones, es posible sentir que las etnias fueguinas persisten en sus correrías por las estepas, que sus canoas aún transitan por el Beagle portando los fuegos que calientan a las familias, resistir la idea de la extinción e imaginar de que continuarán prosperando en Tierra del Fuego mientras Anne Chapman esté viva.
Publicado en El Diario del Fin del Mundo, el 10 de marzo de 2010
15 marzo 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario